CAPÍTULO 5 – La trampa.

Me levanté antes de que apareciera el sol, no había cansancio, solo esa alerta inquieta que me mantenía en pie desde que decidí que no sería más víctima. Hoy no era un día cualquiera. Hoy comenzaba a escribir mi independencia con sangre fría.

Me estaba sirviendo un café en la cocina cuando escuché los pasos pesados en el pasillo. No necesité verlo para saber que era él.

—Buenos días, amor —dijo Fernando, apareciendo con un fajo de papeles bajo el brazo y esa sonrisa forzada que alguna vez confundí con ternura.

Yo no respondí. Tomé un sorbo de café y esperé.

—Necesito que firmes unos contratos antes de que salgas —añadió, extendiéndome los documentos como si fueran un simple trámite.

Reconocí el encabezado de inmediato.  Ese mismo documento maldito que en la otra vida había sido mi sentencia. Contratos fraudulentos que llevaban mi firma como prueba de culpabilidad.

Me temblaron las manos, pero no de miedo. De rabia.

—Ahora no tengo tiempo —respondí con calma, dejando mi taza en la mesa—. Tengo una reunión urgente en el centro.

Él frunció el ceño. —¿Una reunión más importante que tus deberes como presidenta de la empresa?

—Más importante que arruinar mi mañana con papeles que puedo revisar después, sí.

Su mandíbula se tensó. —Gabriela, no exageres. Son simples trámites.

—Entonces no te costará nada esperar a que los lea con calma —repuse, mirándolo a los ojos—. Y ya sabes que nunca firmo nada sin revisar.

Un tic nervioso cruzó su rostro. Lo conocía demasiado bien: detrás de esa sonrisa que intentaba sostener había ira contenida, frustración por no poder dominarme como antes.

—¿Desde cuándo te volviste tan desconfiada? —preguntó, bajando la voz con ese tono venenoso que usaba para manipular.

—Desde siempre —contesté, esbozando una sonrisa fría—. Tal vez nunca lo notaste.

El silencio se cargó de electricidad. Su mirada se volvió dura, de depredador al que le acaban de arrebatar la presa.

—Estás cambiando, Gabriela. Te noto lejana, fría. Como si ocultaras algo.

Me acerqué lo suficiente para que pensara que aún jugaba su juego y puse una mano en su pecho. —Lo único que oculto es prisa, Fernando. Llegaré tarde si sigo discutiendo.

Él me tomó del brazo con brusquedad. —Firma los papeles. Ahora.

Lo miré de frente, sin pestañear. —Suéltame.

Por un instante, la tensión fue tan densa que casi podía cortarse. Finalmente me soltó, como si mis palabras hubieran sido un golpe.

—Te vas a arrepentir —gruñó.

Tomé mi bolso y lo dejé allí, plantado, con sus papeles en la mano. —Tal vez —dije antes de salir—. Pero no hoy.

Lo dejé hablando solo, tragándose su propia rabia.

Conduje al lugar de reunión con el investigador, el café olía a pan recién horneado y a madera vieja. Nada más cruzar la puerta, sentí el contraste: afuera, el caos de Fernando; aquí, la calma calculada de mi siguiente movimiento. Camilo Herrera ya me esperaba en una mesa junto a la ventana.

Adrián no había exagerado: Camilo tenía la serenidad de un jugador de ajedrez. Traje gris sencillo, ojos atentos, gestos medidos. Un hombre que sabía pensar como un cazador.

—Gabriela Solano —me presenté, extendiéndole la mano.

—Un placer. Adrián me habló de ti, pero prefiero escuchar de primera mano —respondió, con voz grave y paciente.

No mencioné nada del pasado alternativo. Esa verdad solo me pertenecía a mí. Le mostré las pruebas: contratos, transferencias, y el video de Fernando y Carla. No hizo preguntas innecesarias. Solo observó.

—Hay suficiente para destruirlo públicamente —concluyó tras revisar los documentos—. Pero entiendo que no es lo que deseas.

—No todavía —respondí—. Quiero el divorcio, pero bajo mis términos. Sin escándalos prematuros. Y necesito que firme un documento renunciando a todo. Quiero que piense que es una reorganización administrativa.

Camilo entrelazó las manos. —Podemos hacerlo pasar por una estrategia fiscal. Tres días y tendrás un documento perfecto.

Sentí una descarga eléctrica recorrerme. —Hay otra pieza en este tablero: Carla Vidal. Maneja recursos de la fundación sin contrato firmado.

Camilo arqueó una ceja. —Entonces no tiene legitimidad. Eso te permite removerla de inmediato, sin riesgo de demandas.

—Perfecto. Hoy mismo lo haré.

Nos despedimos con un apretón de manos. Mientras salía, la imagen de Fernando furioso en la cocina se mezcló con la calma de Camilo. Era como pasar del caos a la estrategia. De víctima a verdugo.

En la fundación, todo estaba dispuesto. Flor ya había bloqueado los accesos de Carla. Cuando la llamé a mi oficina, llegó con su habitual arrogancia: perfume caro, tacones golpeando el mármol, la sonrisa de quien cree que sigue siendo indispensable.

—¿Ocurre algo, Gaby? ¿El presupuesto de la gala?

—Estamos en revisión de perfiles administrativos —dije con calma—. Tu situación es particular. No tienes contrato.

Su sonrisa vaciló. —¿Particular? ¿Qué significa eso?

—Que tu rol es de voluntaria. Y la normativa prohíbe que voluntarios manejen recursos. Tu vínculo termina hoy.

Se incorporó indignada. —¡He estado aquí por años! ¡Tú misma me pediste ayuda!

—Y te lo agradezco. Pero legalmente no puedes seguir. La decisión está tomada.

Sus ojos ardían de odio, pero sabía que estaba atrapada. No podía demandar. No tenía nada en qué apoyarse.

—Esto no se quedará así —escupió.

—No lo hará —respondí, fría como el mármol bajo nuestros pies—. Tus accesos ya fueron revocados. De manera oficial, nunca formaste parte del equipo.

Carla salió sin despedirse, y yo me quedé mirando por la ventana. Una pieza menos.

Esa noche, revisé los documentos de Flor. Cada transferencia, cada correo, cada prueba era un ladrillo en el muro que estaba levantando contra ellos. El castillo de Carla y Fernando comenzaba a tambalear.

El poder tenía un sabor amargo, como whisky fuerte bajando por la garganta. Pero esa amargura era mía, y no pensaba soltarla.

Sabía que Fernando hervía de rabia desde la cocina de esa mañana. Sabía que Carla buscaba venganza tras la humillación. Y aun así, yo tenía la certeza de que, por primera vez, no eran ellos quienes me controlaban.

Yo era la trampa.

Y ellos ya habían caído en ella.

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