El amanecer se filtraba entre las cortinas de la habitación, bañando la alfombra con un resplandor suave que parecía burlarse de la tormenta de la noche anterior. El aire estaba cargado de un silencio espeso, de esos que pesan en el pecho.Abrí los ojos con lentitud, como quien despierta de una pesadilla y no sabe aún si lo que recuerda ocurrió de verdad. El roce de las sábanas aún ardía contra mi piel. Mi respiración era agitada, el pulso irregular. A mi lado, Adrián.Estaba sentado al borde de la cama, con la espalda recta, las manos entrelazadas sobre las rodillas. La camisa desordenada revelaba un hombre distinto al socio impecable que todos conocían. Había en su gesto una tensión contenida, un conflicto que no necesitaba palabras para comprenderse.Cuando sintió mi mirada, giró el rostro. Sus ojos oscuros me taladraron como si buscaran respuestas que yo no tenía.—No debería haber pasado —murmuró, la voz grave, cargada de autocontrol—. Y, sin embargo… no me arrepiento.La sinceri
Leer más