El rugido de los motores del "Barco Fantasma" seguía resonando en la sala de máquinas, un recordatorio constante de su precaria posición. El calor sofocante y el olor a diésel impregnaban el aire mientras Lucas y Elena, con Leonel colgado entre ellos, ascendían por la escalera de metal hacia la cubierta principal. Los cuerpos de los guardias yacían en el suelo, una visión macabra que atestiguaba la brutal eficiencia de Lucas.
Cada escalón era una prueba para sus músculos cansados, cada paso una agonía. Elena, su rodilla herida punzándole con cada movimiento, sentía el peso de Leonel, un recordatorio constante de la vida frágil que intentaban proteger. Lucas, con el rostro endurecido por el dolor y la determinación, subía con un paso que, a pesar de su cojera, no flaqueaba.
Finalmente, llegaron a la cima de la escalera. Una pesada escotilla de metal, un óvalo oxidado, se alzaba ante ellos, el único acceso a la cubierta.
—Aquí es —dijo Lucas, su voz baja y ronca, mientras dejaban a Leon