El cuerpo de Antonio yacía inerte en la cubierta del "Barco Fantasma", un charco oscuro extendiéndose sobre el oro brillante. La venganza había sido un banquete amargo para Lucas. Elena, sus ojos llenos de horror y alivio, se acercó a él, el fusil aún tembloroso en sus manos. Los tres matones restantes, desorientados por la muerte de su líder, comenzaron a dispersarse, sus pasos inciertos en la oscuridad. El rugido de las sirenas, ahora ensordecedor, confirmaba que la policía estaba a solo metros.
—Tenemos que irnos, Lucas —dijo Elena, su voz quebrada—. Rápido.
Lucas asintió. La prioridad era Leonel. Llevarlo a tierra. Pero la visión del oro, el tesoro que había costado tantas vidas, lo detuvo. No podía permitir que Francesco se lo llevara. No después de todo esto.
—No sin antes asegurarnos de que esta cosa no se mueva —dijo Lucas, su mirada fija en el puente de mando—. Y que el oro no caiga en las manos equivocadas.
Elena lo miró, confundida.
—¿Qué vas a hacer?
—La sala de máqu