Un año había pasado desde aquella noche infernal en Londres. El sol de Caracas, brillante y constante, se filtraba por las persianas de madera del apartamento de Elena, pintando las paredes con franjas de luz y sombra. El zumbido lejano del tráfico de la ciudad era la única melodía que la acompañaba ahora. La vida de Elena, en la superficie, era tranquila. Demasiado tranquila, a veces.
Se movía por el apartamento con una calma que no era del todo suya. Preparaba café en su vieja cafetera italiana, el aroma amargo y reconfortante llenando la cocina. Las noticias de la televisión hablaban de la política local, de los precios del petróleo, de la cotidianidad de un país que seguía su curso. Pero para Elena, el mundo se había dividido en dos: el antes y el después del Orinoco.
Nunca más volvió a Londres. Don Salvatore había cumplido su palabra. Padre Benito la había guiado fuera de la ciudad, a un refugio discreto, y desde allí, había regresado a Caracas. El plan de Don Salvatore para "lib