Elena miraba la lluvia golpear los cristales de la ventana del piso franco. El barrio, desconocido y silencioso, solo ofrecía la monotonía de las casas idénticas y los árboles empapados. Hacía días que vivía bajo esta vigilancia constante, un fantasma en su propia vida. Los agentes federales, amables pero distantes, entraban y salían, susurrando en códigos, sus ojos siempre alerta. Ella era un paquete, una mercancía valiosa que debía ser entregada intacta.
El temor era un nudo constante en su estómago, pero no era solo por la amenaza inminente de los Russo. Había algo más, una punzada de amargura y una sensación de desilusión que la acompañaba desde hacía años. Cerró los ojos, y la imagen de Lucas, joven y sonriente, apareció en su mente. Lucas, el que había sido su mundo entero. El que se había ido. -Se lo dije al agente Miller -dijo en voz alta, aunque no había nadie en la habitación. Su voz sonaba frágil, incluso para ella -Necesito más seguridad. Alguien... de confianza. El agente Miller, un hombre corpulento de mirada cansada, la había mirado con escepticismo. -Señorita Elena, la protección que le brindamos es la mejor. Es un piso seguro, monitoreado veinticuatro horas al día. -No es suficiente -había respondido ella, su voz firme a pesar del temblor en sus manos -Conozco cómo operan los Russo. Sé lo que son capaces de hacer. Los federales no son su prioridad. Yo sí lo soy. Y en ese momento, una idea, casi una súplica, había surgido en su mente. Había recordado las viejas conexiones de su padre, los nombres susurrados en los pasillos de su casa cuando era niña, los favores que se pedían y se daban entre las familias de la ciudad. Aunque su padre se había alejado de ese mundo, las raíces permanecían. -Necesito a alguien de la... de la familia -había dicho, la palabra sonando extraña en sus labios -Alguien que sepa cómo piensan. Alguien que no tenga miedo. Miller la había mirado fijamente, una mezcla de sorpresa y resignación en su rostro. -¿Está sugiriendo que contactemos con la mafia? ¿Para su protección? -No estoy sugiriendo nada -había replicado Elena, su voz más aguda - Solo estoy diciendo que necesito a alguien que entienda este mundo. Alguien que pueda anticipar lo que van a hacer. Ustedes actúan de forma reactiva. Yo necesito una protección preventiva. Miller había exhalado un largo suspiro. -Déjeme ver qué puedo hacer. Es una petición... inusual. Unas horas después, Miller había regresado, su rostro serio. -He hablado con mis superiores. Han hecho un... contacto. Dicen que enviarán a alguien. Un profesional. Discreto. No interferirá con nuestro protocolo, pero estará bajo nuestra supervisión. Elena había sentido un alivio inesperado. No sabía quién sería, pero la promesa de un "profesional" la tranquilizaba. No podía evitar la esperanza de que fuera alguien como Lucas. Alguien con su misma... intensidad. Se acercó a la mesa de la cocina y se sirvió una taza de té de manzanilla, intentando calmar los nervios. El tiempo se estiraba, pesado y elástico. Cada ruido en la calle la sobresaltaba. Las sombras de los árboles parecían alargarse y retorcerse en la penumbra. Volvió a sentarse junto a la ventana, los ojos fijos en la nada. La última vez que había visto a Lucas, la distancia entre ellos ya era insalvable. Había sido una tarde de otoño, el aire fresco y cargado de la promesa del invierno. Él había estado diferente, sus ojos, antes tan llenos de vida, ahora velados por una tristeza que no podía nombrar. -Lucas -había dicho ella, sus manos temblorosas -¿Qué es lo que te consume? Él había evitado su mirada, sus hombros tensos. -No te preocupes por mí, Elena. -¿Cómo no me voy a preocupar? Te amo, Lucas. Te amo más que a nada en este mundo. Él había guardado silencio, un silencio que lo decía todo. La había amado, ella lo sabía, pero algo lo estaba arrastrando lejos de ella. La había visto alejarse, la había sentido desaparecer, pero no había podido detenerlo. Su amor no había sido suficiente. -No podemos seguir así -había dicho ella, la voz quebrada -Me estás destruyendo. Él había levantado la vista, sus ojos llenos de una agonía silenciosa. -Lo siento, Elena. Y esas habían sido sus últimas palabras. Lucas se había marchado, y ella se había quedado sola, con el corazón hecho pedazos. Había reconstruido su vida, se había enfocado en su trabajo como abogada, había intentado olvidar el dolor, pero el eco de su ausencia siempre la acompañaba. Ahora, después de años, la vida la había puesto en una situación de vida o muerte, y su única esperanza era que la "familia" enviara a alguien capaz de protegerla. Alguien que se moviera en las sombras, como Lucas se había movido. La ironía era tan cruel que casi le arrancó una risa amarga. Necesitaba un fantasma para protegerla, y Lucas, el amor de su vida, se había convertido en uno. El sonido de un coche deteniéndose en la calle la sacó de sus cavilaciones. Era un sedán oscuro, de aspecto discreto, que se detuvo a unos metros de la entrada de la casa. El corazón de Elena dio un vuelco. Se levantó y se acercó a la ventana, intentando ver al conductor. Las puertas del coche se abrieron, y una figura alta y musculosa emergió, envuelta en un traje oscuro. La lluvia había amainado un poco, pero el cielo seguía gris. La figura se movió con una precisión casi inhumana, sus ojos escaneando el entorno. Elena sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío. Había algo familiar en la forma en que se movía, en la forma en que su cuerpo se tensaba. Un leve temblor recorrió su espina dorsal. Se acercó un poco más a la ventana, tratando de distinguir los rasgos de aquel hombre. Pero él llevaba el rostro cubierto por la sombra de su gorra, y la distancia impedía una visión clara. Sin embargo, una parte primitiva de ella, una parte que creía muerta, se agitó. No podía ser.