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Capitulo 5: El Rostro en la Sombra

Elena se aferró al Leonel de la ventana, sus nudillos blancos. El corazón le latía con una furia desbocada en el pecho. La figura se movía con una familiaridad inquietante, cada paso mesurado, cada giro de cabeza una danza conocida. A pesar de la distancia y la penumbra, una extraña certeza se apoderó de ella. Era una intuición, un eco de un pasado que se negaba a morir.

-No puede ser -murmuró, la voz apenas audible. Quería negarlo, rechazar la posibilidad, pero la sensación de reconocimiento era abrumadora.

El hombre se detuvo un momento, su silueta recortada contra el gris del cielo. Pareció mirar directamente hacia su ventana, aunque Elena sabía que no podía verla con claridad desde esa distancia. Aun así, el gesto fue suficiente para enviarle un escalofrío por la espalda. Era como si una parte de ella lo hubiera estado esperando, a pesar de los años de silencio, de la resignación y la amargura.

La puerta del coche se abrió de nuevo, y el hombre se inclinó para sacar algo del asiento trasero. Elena entrecerró los ojos, intentando discernir el objeto. Era una pequeña bolsa de lona oscura, compacta y sin pretensiones. La forma en que la sostenía, con una facilidad casi casual, denotaba una fuerza y una familiaridad con el peso que la hizo temblar.

Finalmente, el hombre se enderezó. Fue entonces cuando la gorra que cubría su rostro se deslizó ligeramente, revelando un perfil. Una mandíbula fuerte, un mentón decidido... y luego, por un instante, un destello en sus ojos. Un destello que Elena había conocido tan bien.

El aire se le atascó en los pulmones. Era él. No había duda. Los años habían añadido líneas a su rostro, una dureza que no había existido antes, pero era Lucas. El mismo hombre al que había amado con todo su ser, el que la había abandonado sin una explicación, el que se había desvanecido en las sombras.

Un torbellino de emociones la golpeó. Alivio, sí, porque era él, el hombre más capaz que conocía. Pero también rabia, confusión, y un dolor punzante por el pasado. ¿Por qué ahora? ¿Por qué él?

Se apartó de la ventana como si la hubiera quemado, tambaleándose hacia atrás. Necesitaba sentarse, procesar lo que acababa de ver. Se dejó caer en el sofá, las manos cubriendo su rostro, intentando regular su respiración. Las imágenes de Lucas se superponían en su mente: el joven de sonrisa fácil, el hombre de mirada ausente que se había marchado, y ahora, este fantasma vestido de negro, apareciendo de nuevo en su vida.

Escuchó el timbre de la puerta. Un sonido agudo que la sobresaltó.

-Debe ser el Sr. Lombardi, señorita Elena -dijo la voz del agente Miller a través del intercomunicador -Le abriremos.

Lombardi. Un nombre falso, por supuesto. Un nombre que sonaba tan genérico como el hombre que acababa de ver. Elena sintió un escalofrío. La puerta principal se abrió con un clic sordo, y luego los pasos de dos hombres se acercaron por el pasillo. Pasos pesados, militares, y un tercer paso, más sigiloso, casi imperceptible. El de Lucas.

Se levantó del sofá, sus piernas aún temblorosas. Se alisó el vestido, intentando recomponerse, aunque sabía que era inútil. Él la vería, la vería tal como era ahora: una testigo asustada, vulnerable, a la que él, el hombre que le había roto el corazón, debía proteger. La ironía era cruel.

Los pasos se detuvieron justo fuera de la puerta de la sala de estar. Un momento de silencio tenso. Elena sintió que el tiempo se ralentizaba, cada segundo una eternidad. Podía sentir su presencia, una energía fría y poderosa que emanaba de él.

Entonces, la puerta se abrió. El agente Miller apareció primero, su rostro serio. Detrás de él, de pie en el umbral, estaba Lucas. Sus ojos, profundos y oscuros, se encontraron con los de Elena. No había sorpresa en su mirada, solo una fría determinación, como si ya supiera que ella lo reconocería. No había una pizca de emoción en su rostro, ni un atisbo del hombre que ella había conocido. Era un muro. Una fortaleza impenetrable.

Elena, sin embargo, sintió el impacto de su mirada hasta lo más profundo de su ser. Era como si un rayo la hubiera golpeado, reviviendo cada recuerdo, cada dolor, cada esperanza que había enterrado.

-Señorita Elena -comenzó el agente Miller, su voz rompiendo la tensión -le presento al Sr. Lombardi. Él será su nuevo guardaespaldas personal.

Lucas no dijo nada. Simplemente la observó, sus ojos fijos en ella, un abismo insondable. Elena sintió que el aire se volvía denso, pesado con la historia no dicha entre ellos.

-Encantada -dijo Elena, su voz sonando forzada, casi un susurro. Extendió una mano temblorosa, no sabiendo qué esperar.

Lucas la miró, luego bajó la vista hacia su mano, pero no la tomó. Su silencio era una barrera, una confirmación de que el hombre que ella había amado ya no existía. Solo quedaba el fantasma.

-Mi misión es protegerla, señorita Elena -dijo Lucas, su voz grave y monocorde, sin rastro de la calidez que alguna vez había conocido. Era la voz de un extraño, de un profesional sin emociones -Mis métodos pueden ser... poco convencionales. Necesito su cooperación absoluta.

Las palabras de Lucas fueron un golpe, un recordatorio brutal de la distancia que los separaba. Era un negocio. Un mero encargo. Nada más. Pero en sus ojos, por un microsegundo, Elena creyó ver una sombra de algo más, algo que se negaba a nombrar.

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