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Capitulo 3: La Decisión del Fantasma

La tenue luz del amanecer se colaba por las rendijas de las persianas, pintando la habitación con grises y azules pálidos. Lucas no había dormido. Los recuerdos de Elena, desenterrados de las profundidades de su memoria, lo habían mantenido en vilo, danzando como espectros en la penumbra. Se levantó de la cama, el cuerpo rígido por la inactividad. La ducha, fría y revitalizante, lo ayudó a despejar la niebla que aún persistía en su mente.

Mientras se afeitaba, el reflejo en el espejo le devolvió una imagen ajena al joven despreocupado de las fotografías. Su rostro estaba marcado por líneas duras, sus ojos, antes capaces de sonreír con facilidad, ahora eran pozos de quietud. Había una cicatriz casi imperceptible sobre su ceja izquierda, recuerdo de un trabajo particularmente desagradable. Esta era la cara de Lucas, el fantasma. El guardaespaldas.

Se vistió con su uniforme silencioso: pantalón oscuro, camisa negra, chaqueta de corte impecable. Cada prenda era una armadura, diseñada para pasar desapercibida y, al mismo tiempo, proyectar una autoridad innegable. El peso familiar de su arma bajo el brazo le proporcionó una extraña sensación de confort. Era un ancla en la tormenta de emociones que lo asaltaba.

Se sirvió un café negro, el aroma amargo llenando la cocina. Se sentó a la mesa, sus movimientos metódicos y precisos. Intentó concentrarse en el informe que le había enviado el Don con los detalles del piso franco y el protocolo de seguridad de los federales. Cada párrafo, cada coordenada, se grababa en su mente con la misma frialdad con la que archivaba cualquier otra información. Pero las palabras se mezclaban con las imágenes de Elena, de los días en que el mundo era diferente.

-¿Por qué ahora? -murmuró, la pregunta resonando en el silencio del apartamento. ¿Por qué el destino había decidido arrastrarla de nuevo a su órbita?

Recordó el día en que su vida había dado el giro irreversible. No fue una decisión repentina, sino una serie de eventos que lo habían ido envolviendo en una red cada vez más apretada. Su hermano menor, Leonel, había caído en una deuda de juego impagable con la familia Vitale, los acreedores. La situación era desesperada. Lucas, joven y con escasas opciones, había buscado ayuda en el único lugar donde creía que la encontraría.

Había acudido a un viejo conocido de su padre, un hombre llamado Silvio, que tenía contactos con los "negocios" de la ciudad. Silvio, un hombre corpulento de ojos astutos, lo había escuchado con atención, fumando un puro que llenaba la habitación de un denso humo.

-Así que tu hermano debe dinero a los Vitale, ¿eh? -Silvio había exhalado una bocanada de humo-. Esos no bían con las deudas.

-Necesito ayuda, Silvio. Lo que sea.

Silvio había sonreído, una sonrisa sin alegría.

-Hay formas de pagar. Pero no son fáciles. Y una vez que entras, no hay salida.

Lucas había tragado saliva. Ya entonces, un escalofrío le había recorrido la espalda.

-Haré lo que sea.

Silvio había asintió.

-Te lo pondré así: la Familia siempre necesita gente leal. Gente con agallas. Gente que no haga preguntas.

Y así, Lucas había entrado. Había empezado con trabajos pequeños, recados, cobros. Su eficiencia y su falta de remordimientos lo habían hecho ascender rápidamente. Cada tarea lo alejaba un poco más de Elena, de la vida que habían soñado. La culpabilidad lo carcomía, pero la necesidad de proteger a su hermano y, más tarde, la obediencia a la Familia, eran más fuertes. Había dejado de responder a las llamadas de Elena, a sus mensajes. Había roto todo contacto, esperando que ella lo olvidara, que encontrara a alguien que pudiera ofrecerle un futuro que él ya no podía.

-Lo hice por ti -murmuró, la voz ronca, una justificación tardía en la soledad de su apartamento.

Ahora, mientras se preparaba para recoger a Elena, la ironía de la situación le golpeó con una fuerza abrumadora. Se había convertido en un fantasma para protegerla, y ahora, como fantasma, debía protegerla de nuevo. La ciudad comenzaba a despertar, los primeros sonidos del tráfico rompiendo el silencio de la mañana. Lucas terminó su café y se levantó. Era hora.

La dirección del piso franco estaba a las afueras, en un barrio residencial tranquilo, alejado del bullicio del centro. Lucas revisó la ruta en su mente, visualizando cada giro, cada posible punto ciego. Su mente de guardaespaldas, por fin, recuperaba el control. La misión. Eso era lo importante. La misión era lo único que importaba.

Se dirigió al garaje, el frío hormigón bajo sus botas. Su coche, un sedán oscuro y discreto, esperaba. El motor cobró vida con un rugido suave, prometiendo velocidad y potencia. Lucas se deslizó al asiento del conductor, sus manos enguantadas agarrando el volante. Miró su reloj. Tenía tiempo. Tiempo para dejar atrás los fantasmas, al menos por ahora. Elena lo esperaba.

Mientras conducía, la lluvia comenzó a caer de nuevo, un velo gris sobre el paisaje. El cielo, plomizo y melancólico, parecía reflejar el estado de su alma. La tensión crecía en su interior, un nudo apretado en el estómago. No era miedo, era algo más profundo. Era la anticipación de verla, de enfrentarse al pasado que había intentado borrar con tanto esfuerzo.

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