Se llevó la mano al pecho para aliviar el dolor casi físico en su interior, mientras sus malditas emociones se burlaban de ella impidiéndole respirar con libertad.
A medida que las primeras luces de la mañana, débiles y acuosas, comenzaron a luchar contra la neblina, se escuchó el sonido irregular y ruidoso de un motor acercándose al portón principal. Era demasiado lento y estrepitoso para ser un vehículo de la finca.
— Es él — dijo Leo, poniéndose de pie — solo puede ser él para que haya pasado la vigilancia del primer y segundo anillo de seguridad.
Luciana no esperó. Cruzó la sala de control a todo correr y subió las escaleras a la mansión. Su corazón latía con una violencia desordenada contra su pecho agitado, y cuando el viejo Alfa Romeo rojo y descolorido se detuvo junto a la entrada principal, ella ya estaba en la escalera de mármol.
El coche era una ruina. Salvatore salió primero, con el rostro agotado y las ojeras oscuras marcándole los ojos. Luego, Dario, su aspecto no era me