Dario desenganchó su mirada de Luciana con un esfuerzo brutal, sintiendo cómo el calor de ella se llevaba consigo la última gota de energía que le quedaba. Se giró para enfrentar a Leo, cuyo rostro, cubierto de ojeras, no disimulaba la preocupación.
— Leo, informes — ordenó Dario, su voz era un crujido grave que apenas superaba el zumbido de los sistemas de ventilación de la mansión.
Leo se acercó de inmediato, manteniendo una distancia respetuosa, aunque sus ojos no dejaban de registrar la capa de barro que envolvía a su jefe, cuyo cuerpo temblaba visiblemente, a pesar de estar ya dentro de la casa.
— Señor Ferraro, Stefano Greco sigue en Roma, pero ha movilizado a sus hombres estratégicamente hacia el norte. El jet fue interceptado en tierra y es inutilizable por ahora — el hombre hablaba con rapidez — La seguridad de la finca está al máximo, pero la tormenta ha dañado las líneas secundarias de fibra. Estamos parcialmente ciegos en los límites al oeste.
— Bien. Ciego o no, él sabe q