El aire en el Palazzo Vecchio olía a dinero, a perfume francés caro y, para Luciana Mancini, a mentira. Las sonrisas de los críticos, coleccionistas y aristócratas eran tan falsas como las réplicas de arte que ella misma se negaba a tocar.Estaban allí para la inauguración de la Galería de Arte Gracia Mancini, un nombre que era, al mismo tiempo el triunfo de un homenaje, y un monumento fúnebre.¡Tres años!Tres años desde que el cuerpo de su madre, Gracia Mancini, la brillante curadora de arte, había sido hallado sin vida. Un brutal ajuste de cuentas de la Mafia, según dijeron los reportes.Los expedientes de la policía se cerraron sobre una verdad incompleta difícil de probar, y un secreto a gritos que la alta sociedad italiana se había apresurado a aceptar como cierta, para todos, los responsables eran los Ferraro, un apellido que en Florencia no significaba antiguedad, ni nobleza, sino poder, sangre y silencio.Luciana se ajustó el vestido de seda verde botella, sintiendo que la ah
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