La ansiedad de Dario crecía. Luciana estaba sola en el búnker, ya había soportado un segundo ataque y no sabía si tendría que enfrentarse a otro, seguramente estaba aterrada, y su silencio y falta de comunicación solo aumentaría su miedo.
De repente, el motor comenzó a toser. Un sonido seco, errático, como si el coche se estuviera ahogando.
— ¡No, no, no ahora! — maldijo Salvatore, pisando el acelerador — ¡Maledizione! — Escupió de nuevo, pero esta vez lleno de impotencia y rabia.
El Alfa Romeo dio un último gemido patético y se detuvo en el carril de emergencia de la A1, bajo una de las peores ráfagas de lluvia.
— ¡Carajo! ¿Qué es? — exigió Dario, abriendo su puerta para salir del auto.
— No sé, Señor. No hay luces de advertencia. Sigue pasando combustible, pero… parece que pierde potencia. El agua… ¡Puede ser por la lluvia, esto es un diluvio!
— Sí. Es la lluvia — sentenció Dario, ya fuera del coche. La elegante lana mojada de su traje echo un desastre se pegó a su piel mientras la