La noche estaba más fría de lo habitual en Luminaria. El cielo parecía contener la respiración, como si las propias estrellas estuvieran a la espera de algo. Entre las copas de los árboles del norte, donde el viento silbaba con advertencias antiguas, los centinelas notaban un cambio. No era una presencia... era una ausencia. Como si algo estuviera arrancando trozos del silencio y devorándolos.
Amara despertó con un sobresalto. No había tenido pesadillas, pero su corazón palpitaba con urgencia. A su lado, Lykos ya estaba incorporado, los músculos tensos como cuerdas recién afinadas.
—Lo sientes también —dijo él sin necesidad de mirarla.
—Sí. Algo... está caminando entre nuestras raíces —susurró Amara, poniéndose en pie con una túnica ligera que no le cubría la piel erizada.
Se dirigieron al Salón del Consejo, donde Vania ya esperaba con mapas abiertos y un informe tembloroso entre los dedos.
—Tenemos rastros de energía mágica alterada