La noche se había cernido sobre Luminaria con una extraña humedad. El cielo no rugía, pero en el horizonte, una franja oscura amenazaba con tronar. Desde el Faro Carmesí, las nuevas naves del Este se veían ancladas con una precisión casi militar, perfectamente alineadas en la bahía. Sus mástiles de cristal marino reflejaban la luz como lanzas apuntando al cielo.
Amara se encontraba en el mirador superior, observando en silencio, con la capa recogida y el cabello suelto ondeando con la brisa salada. Sentía las corrientes mágicas moverse bajo la tierra, una especie de pulso contenido. La energía de esos emisarios era diferente. No agresiva… pero sí ancestral.
—No han venido solo por una alianza —murmuró ella.
Lykos apareció a su lado, con el torso aún húmedo por el entrenamiento con Eryon. Se le marcaban las gotas como diamantes sobre la piel curtida. Se acercó por detrás y deslizó las manos por su cintura, apoyando el mentón en su hombro.