Los primeros rayos del sol teñían de cobre los tejados de Luminaria cuando el Consejo se reunió de nuevo en el salón de los cristales. Las noticias llegadas desde el este aún vibraban en el aire como cuerdas tensas a punto de romperse. Amara, con sus ojos violetas encendidos por la desconfianza y la esperanza, se mantenía en pie frente al gran ventanal. Más allá del cristal, los emisarios dorados caminaban por la playa como si midieran cada grano de arena antes de dar otro paso.
Lykos apareció junto a ella, el cabello todavía húmedo tras haber cruzado corriendo los campos desde la Torre Norte. Le rozó la espalda con los dedos, un roce mínimo, pero cargado de una energía densa. Ella inclinó apenas la cabeza, aceptando el gesto.
—No han dejado de observarnos desde anoche —murmuró Amara—. Incluso cuando creen que nadie los ve.
—¿Alguna señal de engaño?
Ella negó lentamente.
—No. Pero tampoco muestran