La noche siguiente descendió con un silencio inusual, como si el mundo mismo contuviera el aliento. El cielo, cubierto por nubes errantes, apenas dejaba entrever las constelaciones. Aquel firmamento, que tantas veces había guiado a exploradores y guardianes, parecía dormido. Solo una débil bruma plateada anunciaba la presencia lejana de la Luna Carmesí, oculta tras el velo celeste.
Amara, vestida con su túnica ceremonial de bordes rúnicos, caminó hacia el centro del patio del faro, ahora preparado para la vigilia. El suelo había sido limpiado y perfumado con hierbas sagradas, y los pilares que rodeaban la explanada brillaban con una tenue energía contenida. Allí, en el centro, se alzaba un nuevo pilar de obsidiana negra, traído desde la Montaña Arcoíris e incrustado con pequeñas vetas de cristal carmesí. El aire alrededor del monolito vibraba con una tensión solemne.Con manos firmes, Amara comenzó a dibujar sobre la base del pilar la runa del Juramento, utiliz