La frase que apareció en la hoja seca no desapareció. Amara la guardó en su diario personal, encerrándola entre páginas rúnicas como si temiera que se desvaneciera con el viento. Desde el descubrimiento de la caverna helada, su mente no había conocido descanso. Dormía poco. Meditaba al amanecer. Soñaba con figuras encapuchadas hechas de hielo y luz, observándola sin juicio, solo esperando.
En la sala de consejo, el ambiente estaba más cargado de lo habitual. La presencia del fragmento de piedra con la runa de los Custodios se había convertido en motivo de debate diario. Algunos líderes veían en él una amenaza; otros, una posibilidad de equilibrio duradero.—Si esa magia tiene el poder de proteger sin destruir —decía un anciano humano, del consejo de educación—, debemos aprenderla.—¿Y si no se deja enseñar? —interrumpió Halvar, la consejera lobuna—. ¿Y si es como un fuego sin llama: seductor, pero incontrolable?Lykos, desde el extremo opu