El eco de su respiración aún vibraba contra mi cuello, tibio, como si cada exhalación quisiera grabarse en mi piel para siempre. Sus manos seguían allí, firmes en mi cadera, aunque ya no buscaban dominio, sino anclaje… como si soltarme fuera una amenaza más peligrosa que cualquier enemigo al acecho.
La habitación todavía olía a nosotros: ese aroma denso, mezcla de sudor, deseo y algo más profundo, como si el aire hubiera aprendido a memorizar nuestra unión. Afuera, el mundo estaba en silencio, pero aquí dentro… aquí dentro todo era pulsación.
—Amara… —su voz sonó grave, casi rota, como si pronunciar mi nombre le costara más que cualquier batalla.
Me atreví a mirarlo, y esos ojos rojos, aún encendidos, me devolvieron una promesa que no había puesto en palabras.Sentí el leve roce de sus c