La tarde caía suave sobre la mansión, y el jardín seguía iluminado por un sol cálido que hacía brillar las hojas del césped. Ana Lucía había decidido llevar a Emma afuera, pues supo por las empleadas que durante los dos días que estuvo ausente, Catalina no había permitido que la niña jugara con el perro Rey. La excusa era que “Emma podría desarrollar alergias”.
—¡Quiero jugar con Rey! —protestó Emma mientras se calzaba los zapatos.
—Y por eso estamos aquí, cariño —le sonrió Ana Lucía, atándole las agujetas—. El aire fresco te hace bien, y Rey te ha extrañado.
El perro, al ver la pelota, movió la cola con entusiasmo y corrió esperando que se la lanzarán. Emma hizo justo lo que él quería regresando la pelota a sus manos y tumbándola para demostrarle amor.
Emma rió a carcajadas cuando el animal la lamió en la mejilla.
—¡Rey, basta! ¡Me haces cosquillas! —dijo la niña entre risas.
Ana Lucía se agachó, acariciando la cabeza del perro. Le encantaba la forma en que Emma se relajaba jugando