En la oficina principal del piso 47. Las ventanas panorámicas ofrecían una vista majestuosa de la ciudad, pero a Maximiliano Santillana, ese día, no le importaba el horizonte, solo los gráficos de rendimiento que parpadeaban en sus múltiples pantallas.Estaba en medio de una reunión con inversionistas internacionales cuando la puerta de la sala de conferencias se abrió bruscamente. La figura de la niñera, Andrea, apareció temblorosa, pálida, con la mirada desorbitada.—Señor Santillana… —balbuceó, jadeando como si hubiera corrido varios pisos.El silencio se apoderó del salón. Los ejecutivos dejaron de hablar, algunos se giraron con escepticismo. Maximiliano alzó una ceja, visiblemente molesto por la interrupción.—¿Qué es tan urgente como para irrumpir así? —preguntó, su voz un látigo seco.Andrea tragó saliva, entrelazando los dedos con nerviosismo. Su uniforme estaba desordenado, y el sudor le perlaba la frente.—No encuentro a la niña Emma —dijo finalmente, con la voz hecha trizas
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