El silencio de la noche envolvía la mansión, mientras la luz cálida de una lámpara iluminaba tenuemente la habitación de Ana Lucía. Maximiliano, todavía con la mirada fija en ella, suspiró profundamente y, sin decir palabra, se quitó los zapatos con un movimiento lento y decidido.
Ana Lucía lo observó sorprendida y preguntó con una mezcla de curiosidad y diversión.
—¿Qué haces?
Él sonrió con cierta ternura y respondió sin apartar la vista de sus ojos.
—Tengo sueño. Estoy cansado.
Con movimientos pausados, se desabotonó la chaqueta, dejándola caer al suelo, luego la camisa, hasta quedarse solo en pantalón. Ana Lucía sintió cómo el calor de su presencia la envolvía, y una mezcla de calma y deseo la invadió.
—Ven —dijo él, tomando una de sus manos con firmeza—. Quiero estar contigo.
La llevó hacia la cama con cuidado, sin soltarla. Al llegar, ambos se recostaron, y Maximiliano la abrazó, pegando sus cuerpos. Ana Lucía cerró los ojos, disfrutando ese instante de cercanía que tanto necesit