La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas con la delicadeza de un suspiro. Una brisa suave colaba el aroma a césped húmedo y flores frescas desde el jardín, acariciando el aire del dormitorio con promesas de un nuevo día.
Maximiliano dormía boca arriba, el brazo izquierdo extendido como si aún buscara el calor de Ana Lucía a su lado. Su respiración era lenta, profunda, con una leve sonrisa adormilada en los labios. Ana Lucía, acurrucada contra él, con una pierna enredada en la suya y el cabello desordenado sobre el pecho masculino, comenzaba a despertar de forma natural, como lo hace quien ha dormido sin preocupaciones.
El silencio de la habitación era casi absoluto… hasta que una vocecita aguda rompió la paz:
—¡Papáaaaá! ¿Estás despiertoooo?
Maximiliano abrió un ojo de golpe.
Ana Lucía lo miró, primero confundida, y luego horrorizada.
—¡Es Emma! —susurró ella, sentándose de golpe con la sábana enredada en la cintura.
—¡Ya la oí! —dijo él en voz baja, incorporándose también m