Brenda
Al día siguiente. La sala estaba cargada de tensión, el aire pesado como si todos los secretos que queríamos guardar flotaran a nuestro alrededor. Todas estábamos sentadas en esas sillas rígidas, alineadas como si estuviéramos en una conferencia o en un juicio. Yo no podía evitar sentir una mezcla de culpa y desconexión. La despedida de soltero de anoche había sido un desastre. Me había permitido bajar la guardia, beber más de la cuenta y olvidarme de que mi papel era mantener todo bajo control. Ahora, sentía que estaba pagando el precio. También me revolqué con uno de los invitados nos besuqueamos en el baño y follamos como perros. Ni siquiera me acuerdo bien de él, solo recuerdo fragmentos de su voz sus preguntas constantemente, que no venían al caso y yo, evitando el tema. Frédéric se paseaba frente a nosotras, su figura imponente y sus movimientos calculados recordándonos quién tenía el poder aquí. Su mirada era dura, como un cuchillo que se clavaba en cada una de nosotras. Las chicas a mi alrededor parecían perdidas, unas con la vista fija en sus zapatos, otras mirando al techo como si la conversación no fuera con ellas. Pero todas sentíamos lo mismo: incomodidad y un poco de miedo. —Ayer las cosas se salieron un poco de control —comenzó Frédéric, su voz fría y firme—. Y esto se está convirtiendo en costumbre. Su tono no admitía réplica, y la forma en que lo dijo hizo que algunas chicas se removieran en sus asientos. Yo apreté las manos sobre mis piernas, tratando de mantener la compostura. —No es la primera vez que pasa, por supuesto, pero a raíz de que las cosas se están volviendo un poco complicadas y nuestros clientes más exigentes, todas van a tener que firmar un acuerdo de confidencialidad. El silencio se volvió insoportable. Nadie se atrevió a hablar, y Frédéric aprovechó para dejar claro su punto. —Ese acuerdo incluirá desde la noche de ayer en adelante. Esos rumores de que una de ustedes fue forzada en el baño… bueno, no se puede volver a comentar. Su mirada se detuvo en cada una de nosotras, como si quisiera asegurarse de que entendíamos lo que decía. Sentí un nudo en el estómago cuando continuó. —No queremos a la puta policía metiendo sus narices en nuestro casino. Mucho menos a la FIAC. Lo que pasó ayer, pues de eso nadie se acuerda. Había algo tan frío en sus palabras que me estremecí. Sabía que estaba hablando de Lorena, aunque él no lo hubiera dicho directamente. Era un mensaje claro: aquí no hay espacio para escándalos ni para quejas. Frédéric hizo una pausa y señaló a Lorena. —Ponte de pie. Ella levantó la vista con una mezcla de miedo y resignación. Su movimiento fue lento, como si quisiera retrasar lo inevitable. Cuando finalmente estuvo de pie, su postura era frágil, encorvada, y su mirada nunca abandonó el suelo. —¿Qué pasó ayer en el baño de chicas? —preguntó Frédéric con un tono que era más una acusación que una pregunta. Lorena tragó saliva y miró rápidamente a todas las chicas. Ninguna de nosotras le sostuvo la mirada, pero podía sentir cómo la tensión aumentaba con cada segundo que pasaba sin respuesta. Finalmente, con una voz temblorosa pero clara, dijo: —Nada, señor. Frédéric asintió y le indicó que se sentara. Ella obedeció de inmediato, dejándose caer en la silla como si sus piernas no pudieran sostenerla más. —Ahí está —dijo Frédéric, con una especie de satisfacción en su voz—. Ven, nada pasó. Pero yo sabía que no era verdad. Había escuchado los rumores. Alguien había aprovechado el caos de anoche para hacer lo que quería con Lorena, y ahora todas estábamos siendo silenciadas. Me mordí el labio, sabiendo que no podía hacer nada sin ponerme en riesgo también. Frédéric siguió hablando. —Nos preocupamos por su seguridad, eso está claro, pero también nos preocupamos por la de nuestros clientes. Si alguna de ustedes decide acompañar a un cliente al baño, entonces no nos hacemos responsables de lo que pueda ocurrir si van por voluntad propia. El mensaje era claro: estábamos solas si algo salía mal. La mezcla de enojo, culpa y frustración me quemaba por dentro, pero no dije nada. Ninguna lo hizo. Todas sabíamos que aquí las palabras podían volverse en nuestra contra. Después de la amenaza que le hice en su oficina, yo tenía que mantener el perfil bajo, porque algo me decía que Bruno aún no lo sabía, y tenía miedo de lo que pudiera pasarme. —¡A trabajar! —gritó Frédéric y todas nos levantamos como si nos hubieran pinchado una aguja en el trasero. La jornada fue larga y pesada, el ambiente tenso y había más clientes de lo normal. Se sentía un ambiente morboso como si los clientes supieran lo que ocurrió y vinieran a ver a la víctima en persona. Habíamos terminado el turno y casi todas ya estaban vistiéndose para irse. Yo estaba de pie frente al espejo, repasando mi delineado negro con mano firme, cuando las conversaciones comenzaron a serpentear entre las chicas. El ambiente, que generalmente era ruidoso y lleno de risas nerviosas, estaba cargado de algo más pesado. Las palabras eran cuchicheos, pero no tan bajos como para que no pudiera escucharlas. —Te lo digo yo, esa Lorena se lo buscó. —La voz aguda de una cortó el aire. Mi mano se detuvo sobre el delineador, y sin girarme, me enfoqué en escuchar. —¿Por qué dices eso? —preguntó otra. —Porque todas sabemos cómo somos las mujeres. Siempre buscando la manera de atraer a uno de esos hombres ricos. —otra suspiró, como si estuviera contando un secreto que todos conocían pero nadie admitía—. ¿Quién se queda tanto rato en el baño si no está buscando algo? Me obligué a terminar el delineado antes de girarme. Las chicas estaban en un pequeño grupo junto a los percheros, ajustándose su ropa y algunas pendiente al pelo. —¿Estás diciendo que fue su culpa? —preguntó la misma que había empezado hablar aunque su tono no era de defensa, sino más bien de morbosa curiosidad. Dayana me miró y alzó las cejas mientras recogía su cabello en una coleta alta. Me miraba como si esperara que yo diera algo. Que defendiera a Lorena, tal vez. —Por supuesto. Vamos, chicas, ¿de verdad creen que Lorena es tan inocente? Siempre está coqueteando con los clientes. —Rodó los ojos y bajó la voz, aunque lo suficiente para que aún pudiera escucharla—. Seguro pensó que uno de ellos la sacaría de pobre y, bueno, ya viste cómo terminó. Soltaron una risa cómplice entre todas. —¿De verdad creen que lo que le pasó a Lorena es su culpa? —soltó Dayana con tono seco. Las tres se giraron hacía ella, sorprendidas de que se hubiera metido en la conversación. —¿Y eso qué importa? —respondió una cruzando los brazos. —¿Porque no es una santa significa que se merece lo que le pasó? —refutó Dayana molesta—. Nos importa a todas, pudiste haber sido tú —aseveró Dayana. El silencio volvió a caer sobre nosotras, pero esta vez era más pesado. Las chicas terminaron de recoger, se engancharon su mochila y se largaron. Y nadie volvió hablar, así nos fuimos yendo todas una a una.