Cindy
Me senté en una silla frente a él, cruzando las piernas y tratando de parecer casual. Pero Bruno tenía esa manera de observar que hacía que cualquier intento de ocultar algo fuera inútil. —¿Qué tal el trabajo? —preguntó, rompiendo el silencio. —Agotador, como siempre. Hoy tuvimos un evento privado, así que fue un caos. —¿Terminó temprano? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia adelante. —No. Salí porque... No me encontraba bien. Él asintió, como si aceptara mi respuesta sin más preguntas. El silencio que siguió no era incómodo, pero tampoco era exactamente relajado. Había algo en la forma en que me miraba, algo que hacía que mi piel se estremeciera. Entonces, sin previo aviso, Bruno extendió una mano y me hizo un gesto para que me acercara. —Ven aquí. —¿Qué? —pregunté, sintiendo cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido. —Ven. Me levanté de la silla, sin saber exactamente qué esperaba de mí, pero él no me dejó mucho tiempo para dudar. Cuando estuve lo suficientemente cerca, me tomó de la mano y tiró suavemente de mí hasta que terminé sentada sobre su regazo, con una pierna a cada lado de sus caderas. —Bruno... —murmuré, mi voz apenas un susurro. —Shhh —dijo, colocando un dedo sobre mis labios antes de deslizar su mano hacia mi cintura, sosteniéndome con firmeza. —¿Qué estás haciendo? —pregunté, tratando de mantener una fachada de seriedad, aunque la verdad era que no quería moverme de ahí. —Tocándote —respondió, su voz baja y cargada de algo que no pude identificar del todo. Sus manos comenzaron a trazar círculos lentos en mi espalda, y yo me aferré a sus hombros, intentando mantener algo de control sobre la situación. —Tu casa es auténtica —comentó de repente, sin dejar de acariciarme. Rodé los ojos, tratando de no parecer demasiado afectada por su cercanía. —Eso suena como algo que diría alguien rico para no ofender. Él rió suavemente, inclinándose hacia adelante hasta que nuestras frentes casi se tocaron. Nos quedamos así por un momento, en silencio, nuestras respiraciones sincronizándose. La calidez de su piel se sentía contra la mía, y cada aliento suyo parecía encontrar eco en mi pecho. No sé cuánto tiempo pasó; podría haber sido un segundo o una eternidad. Pero cuando levanté la mirada y me encontré con esos ojos tricolor que parecían estudiarme con una mezcla de ternura y algo mucho más primitivo, algo en mí cedió. —¿Qué estás pensando? —murmuré, apenas capaz de escuchar mi propia voz por encima del tamborileo de mi corazón. —En ti —respondió sin titubear, con una honestidad brutal que me dejó sin aliento. Sentí cómo mi piel se erizaba bajo su mirada, como si cada palabra que pronunciara se grabara directamente en mi cuerpo. Sus manos, todavía firmes en mi cintura, comenzaron a deslizarse lentamente, trazando caminos ardientes a través de la tela fina de mi ropa. Era un toque paciente, deliberado, como si estuviera descubriéndome por primera vez. —No puedo dejar de pensar en ti, Cindy. Qué me estás haciendo... —dijo en un susurro ronco, cargado de una necesidad que parecía casi descontrolada. Sus palabras me dejaban perdida: me hacían dudar en si: no puedo dejar de pensar en follarte o, no puedo dejar de pensar en ti porque te extraño, posiblemente la primera, pero yo fantaseaba con la segunda opción. Antes de que pudiera responder, antes de que pudiera siquiera procesar lo que estaba sintiendo, sus labios capturaron los míos en un beso tan profundo que sentí que el mundo se desvanecía a mi alrededor. No había nada más que él, su boca moviéndose con urgencia contra la mía, sus manos envolviéndome como si no pudiera soportar soltarme. Respondí al beso con la misma intensidad, dejando caer cualquier resistencia que pudiera haber tenido. Mis dedos se enredaron en su cabello, tirando ligeramente mientras sus labios se movían con una habilidad que me hacía perder la cabeza. Cada movimiento, cada roce de su lengua contra la mía, era como una chispa que encendía algo dentro de mí, algo que no podía ignorar. —Bruno... —jadeé contra su boca cuando me dejó respirar por un instante, pero no me dio tiempo de decir nada más. Su boca se deslizó hacia mi cuello, dejando un rastro de besos húmedos y cálidos que enviaron escalofríos directamente a mi columna. Me aferré a sus hombros, incapaz de controlar los suspiros que escapaban de mis labios. Sus manos se movían con más confianza ahora, explorando mi espalda, mis costados, deteniéndose en mi cadera como si necesitara anclarse a algo. —Eres... preciosa —murmuró contra mi piel, su voz tan baja que apenas lo escuché. Sentí que mi pecho se apretaba ante sus palabras. Era más que un cumplido; había algo crudo y real en la forma en que lo decía, como si realmente creyera que yo era la cosa más increíble que había visto. —Bruno, por favor... —No sabía exactamente qué le estaba pidiendo, pero las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. Era como un: no te detengas. Él levantó la cabeza y me miró, sus ojos oscuros ardiendo con una intensidad que me hizo sentir como si estuviera a punto de ser devorada. Y entonces volvió a besarme, esta vez con más desesperación, como si no pudiera soportar la idea de estar lejos de mí. Sus manos bajaron a mis muslos, levantando lentamente la tela de mi blusa. A ratos acariciando mi sexo por encima de la tela de mi pantalón, mientras sus dedos trazaban patrones invisibles sobre mi piel. Mi cuerpo reaccionaba a cada toque suyo como si hubiera sido hecho para él, como si cada fibra de mí lo estuviera esperando. Creo que mis jugos traspasaron la tela de mi pantalón, por la forma en la que se llevó los dedos a la boca. Lo chupó mirándome. Joder. Me estaba calentando muchísimo. —Dime que quieres… —murmuró contra mi boca, su voz ronca y llena de deseo. —A ti —respondí sin pensarlo, aferrándome a él como si fuera la única cosa que me mantenía anclada al mundo. —Dónde... —Dentro —jadeé. Su boca volvió a encontrar la mía, y esta vez el beso fue más urgente, más salvaje. Me moví contra él, incapaz de quedarme quieta, y sentí cómo sus manos se apretaban en mi cintura, guiando mis movimientos. Cada roce, cada caricia, parecía encender algo más profundo dentro de mí, algo que nunca había experimentado antes. No era solo el deseo; era la necesidad, pura y cruda. Era como si mi cuerpo estuviera ardiendo desde adentro, y solo él pudiera apagar el fuego. Sus labios se deslizaron por mi mandíbula, bajando nuevamente hacia mi cuello, y luego más abajo, dejando un rastro de calor que me hacía temblar. Sus manos exploraban mi cuerpo con una precisión casi reverente, como si estuviera memorizando cada curva, cada línea. Me incliné hacia él, presionándome contra su cuerpo, queriendo más, necesitando más. Mis manos comenzaron a explorar por su cuenta, deslizándose por los botones de su camisa, desesperada por sentir su piel contra la mía. Le abrí la camisa dejando ver su pectorales fuertes y, deslicé mis dedos casi temblorosos desde arriba hasta llegar a su cinturón. —Cindy... —dijo mi nombre como una súplica, como una advertencia, mientras su respiración se volvía más pesada. Sentí su polla muy dura entre mis piernas. Me moví deseando más fricción. Sin dejar de moverme ondulando las caderas, intenté abrir la hebilla de su cinturón. Estábamos tan cerca, tan desesperadamente cerca de cruzar esa línea, cuando un sonido rompió la burbuja que habíamos creado. Una risa. Me congelé, mis manos todavía enredadas en su camisa. Bruno también se detuvo, sus ojos buscándome mientras ambos tratábamos de procesar lo que habíamos escuchado. La risa se repitió, más fuerte esta vez, y luego escuchamos pasos subiendo por las escaleras. —Es Rocío —dije, mi voz apenas un susurro, llena de pánico y vergüenza. Bruno cerró los ojos, soltando un suspiro frustrado antes de apoyarse contra el respaldo del sofá. Bruno seguía sentado, su postura relajada y al mismo tiempo llena de esa autoridad natural que irradiaba incluso cuando no decía nada. Sus ojos me observaban con una intensidad que hacía difícil pensar con claridad. Yo todavía intentaba recobrar el aliento y ordenar mis ideas después de la forma en que me había besado, cuando la puerta de la entrada se abrió de golpe. —¡Cindy…! —se interrumpió al verme. —¡Hola! —dijo al posar sus ojos en Bruno. Sentí cómo mi rostro se encendía de inmediato, y me aparté de Bruno instintivamente, como si mi postura pudiera borrar lo que había pasado unos minutos antes. —Buenas noche —dije sin pensar. Ella cerró la puerta detrás de sí y dejó el bolso sobre la mesa, deteniéndose en seco, su expresión pasó rápidamente de sorpresa a incredulidad. —Buenas noches —Bruno se levantó del sofá con esa elegancia tranquila que siempre tenía, y le ofreció la mano como si estuviera en algún tipo de reunión importante. Rocío me miró, todavía atónita, y luego de vuelta a él. Ella le aceptó la mano con cierta lentitud, como si le debiera solemnidad. —Buenas noches. Espero no interrumpir nada —dijo mi amiga finalmente, su tono cargado de insinuación mientras me lanzaba una mirada furtiva. —¡No! Claro que no —respondí rápidamente, demasiado rápido. —No sabía que tenías visitas, no te molestaría sino fuera porque Dan está abajo esperando una respuesta —Rocío se sentó en una de las sillas junto a la mesa—. Venía a invitarte al festival de las flores que harán mañana, es céntrico en una de esas calles pijas de la ciudad. Dan y yo vamos juntos, y pensé que quizás podrías unirte. Normalmente van en pareja, pero… Mi corazón dio un vuelco. El festival de las flores era una de esas cosas que me encantaban: el aire libre, los colores, la música… Pero no podía evitar sentirme ridícula por pensar en invitar a Bruno. Miré en su dirección, tratando de medir su reacción, pero como siempre, su rostro era una máscara imperturbable. —¿Qué dices? —preguntó Rocío, mirando entre los dos, aunque la pregunta iba hacia a mí. —Ah… no sé si iré —dije, lanzando una mirada nerviosa hacia él—. Si me das un rato te confirmo. —Perfecto. —Rocío se puso de pie, estirándose un poco—. Bueno, yo me voy. Disfruten… hablando. Su tono era cuidadoso aunque lo decía mientras sus ojos se posaban en la camisa semi abierta de Bruno. Luego ella salió rápido. Cuando escuché la puerta cerrarse, dejé escapar un suspiro y volví mi atención hacia él. —Lo siento por eso. —No te disculpes —respondió él. Me mordí el labio, dudando. Quería preguntarle, pero sabía que no sería fácil. —¿Qué pasa? —preguntó, levantando una ceja. —Quería saber si... si quisieras ir conmigo al festival de las flores mañana. Hubo una pausa. Su rostro no mostró ninguna reacción inmediata, pero pude notar cómo su mirada se endureció apenas, como si estuviera evaluando mi propuesta. —No frecuento los lugares abarrotados —dijo finalmente, su tono medido. Un: no educado. Sabía que no era su estilo. Pero había algo en la idea de compartir ese momento con él que me hacía insistir. —Por favor —dije, dando un paso hacia él—. Sé que no es algo que normalmente harías, pero me gustaría mucho que fueras. —Cindy... —Su tono era casi indulgente, como si tratara de hacerme entender sin herir mis sentimientos. —Tenía cuatro días sin verte, quiero hacer esto contigo. —Mi voz salió más suave de lo que esperaba, casi melosa—. Por favor… por fis, ¿Sí? Él me observó en silencio, su mirada traspasándome de una manera que siempre lograba hacerme sentir vulnerable. Sus ojos delineaban mi rostro sin prisa. Finalmente, dejó escapar un leve suspiro: —Media hora y nos regresamos. Una sonrisa iluminó mi cara, y aunque intenté contenerla, fue imposible. —¡Gracias! Ahora vuelvo… No pude contenerme y me apresuré a aceptar la invitación con Rocío, me eché a correr para alcanzarla necesitaba que me dijera, la hora exacta. El resto del momento, aunque Rocío no entró al departamento, estuvo cerca lo supe por su voz alta y los regaños que le lanzaba a Dan desde la calle. También se escuchaban pasos cercanos de los vecinos subiendo y bajando por las escaleras y eso nos impidió retomar las cosas por donde las habíamos dejado. Me quedé con las ganas, sí. Y eso solo aumentaba mi voltaje de deseo. Lo admitía, aunque solo fuera para mí misma. Deseaba a Bruno de una forma que apenas podía explicar. Había algo en su manera de tocarme, en la intensidad de su mirada, en cómo su voz ronca se deslizaba por mi piel como un susurro ardiente, que me hacía sentir viva. Cada fibra de mi cuerpo lo pedía, lo necesitaba, pero no había llegado a más. Así que simplemente hablamos aunque era más observarnos y… finalmente después de casi cinco llamadas ignoradas, él terminó yéndose.