Festival de Flores

Bruno

El motor rugía bajo el capó de mi coche, un vehículo que, como yo, no hacía alarde de su potencia pero dejaba claro lo que era: imponente, silencioso, seguro. Mi mano descansaba sobre el volante con la firmeza acostumbrada, adornando mi muñeca con un reloj Patek Philippe, mientras lanzaba una mirada rápida a Cindy, que jugueteaba con los botones del panel como si el auto fuera un maldito parque de atracciones.

—¿Puedes dejar de tocar todo? —mi tono fue seco, pero a ella no pareció importarle.

—Es que no entiendo cómo funciona esto —dijo ignorándome—. No te voy a dañar nada, he, estuve viendo cómo funciona el coche que me regalaste y es prácticamente igual.

Señaló hacia mis pies con un dedo.

—También aprendí, sobre los pedales, el de la derecha es el acelerador —puso una de sus suaves manos en mi muslo derecho inclinándose para señalar mejor—, el del medio es el freno y el de la izquierda es el embrague.

Miré su mano. Mi polla se empezaba abultar notándose en mi pantalón.

—Enderézate —le ordenó, buscando controlar mi erección.

Ella volvió a ponerse recta en el asiento, sin notar lo evidente, y se puso seria. El momento pareció grosero, como si no me interesara lo que estaba contándome.

—Por qué lo dices así, ¿No sabes conducir? —saqué el tema para que no piense que no me importaba.

—No.

—¿Por qué no me lo habías dicho? —respondí, girando el volante para adelantar a un camión lento. Mis ojos no dejaban la carretera, pero podía sentir la chispa en su mirada. Era imposible ignorarla.

—Me lanzaste las llaves y desapareciste cuatro días, ¿En qué momento te decía?

—Mi número estaba en una de las tarjetas entre los documentos.

Ella se quedó callada como si analizará mis palabras.

—La verdad es que… Habían muchas letras, no leí todo.

Hicimos silencio. Ella miraba por la ventana y yo, cada tanto le lanzaba una mirada analítica.

A veces me preguntaba qué demonios estaba haciendo con ella. No era mi tipo. Siempre había preferido mujeres maduras, con curvas y experiencia, capaces de entender que no había cabida para sentimentalismos ni juegos, para la pureza e inocencia, para esas cosas se críos.

—¿Rocío y Dan habrán llegado? —habló ella pero no era una pregunta en si. Sacó su teléfono y les hizo una llamada.

Mientras hablan yo, la analizaba cada tanto. Estaba con ella porque me volvía loco…

Ella era un huracán. Lo supe desde la primera vez que sus ojos acuchillaron mi razonamiento.

Levanté la vista. En el retrovisor, podía ver a mis dos escoltas en sus coches negros. Iban manteniendo la distancia, lo suficientemente lejos como para no llamar la atención, pero lo bastante cerca como para intervenir si algo se torcía.

—Ya llegaron, y empezarán a caminar —dice guardando el aparato—. ¿Esto es un botón de emergencia? —preguntó acercando el dedo a uno rojo.

—No lo toques, Cindy.

—¿Por qué? —replicó.

No pude evitar ladear una sonrisa casi por impulso, me acordó a Amena, mi hija, siempre cuestionándome todo. Había aprendido a desarrollar la paciencia con ella, de lo contrario, a Cindy, ya le hubiera dado un manotazo y mandado al asiento de atrás.

Era un hombre de poca paciencia, y…, tampoco entendía qué diablos estaba haciendo conduciendo a un festival cuando tenía un montón de cosas importantes pendientes, yo sabía la respuesta a ese pensamiento pero, no quería aceptarla, tenía cierta debilidad por ella, no sabía como pero con solo verle la cara, surgía una necesidad de querer complacerla.

—¿Por qué? —volvió hablar señalando el botón.

—A la velocidad que vamos no se puede presionar sin motivos.

Ella siguió evaluando todo el panel en silencio.

El tráfico comenzaba a ponerse más pesado a medida que nos acercábamos al festival.

Disminuí la velocidad.

Cuando finalmente encontramos un lugar para estacionar, Cindy prácticamente saltó del coche antes de que pudiera apagar el motor.

—¡Esto es enorme! —exclamó, girando sobre sí misma mientras miraba a su alrededor.

El festival estaba en pleno apogeo. En plena calle, lo que cortaba el tráfico.

Caminábamos por una avenida abarrotada.

La noche amenazaba con caer y era fría, pero los colores y aromas que nos rodeaban le daban cierta calidez al ambiente. Puestos repletos de flores, luces colgantes y familias paseando formaban un cuadro que podría ser agradable, si no fuera porque yo nunca me sentí cómodo en lugares tan concurridos, hubiera estado bien.

Cindy, en cambio, parecía disfrutarlo todo. Caminaba a mi lado, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, echándome vistazos furtivos que fingía no notar.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP