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Calvin Monteverde La luz tenue de la lámpara en mi habitación apenas alcanzaba para iluminar el rostro de la mujer que estaba en mi cama. Sus dedos se deslizaban por mis bíceps, suaves, posesivos, como si intentara dejar una marca invisible que me atara a ella. Su mirada era dulce, casi suplicante, mientras su voz cargada de un tono meloso rompía el silencio. —¿Cuándo vas a dejar a tu esposa para estar conmigo, Calvin? El momento se rompió. Su pregunta, tan fuera de lugar, hizo que mi cuerpo se tensara al instante. No era la primera vez que surgía este tema, y ya había dejado claro dónde estaban las reglas. Me aparté de ella, retirando su mano de mi piel con una frialdad que no me molesté en disimular. —Vete de la cama, y deja el drama. Mi tono fue seco, cortante. La dulzura en su rostro se transformó en sorpresa y, después, en una mezcla de dolor y rabia contenida. —Pero… estoy esperando un hijo tuyo —soltó con la voz quebrada, como si eso fuera suficiente para hacerme tambalear. No lo era. —Eso no significa nada. —Mis palabras cayeron como un martillo—. Sólo estás aquí para quitarme las ganas, y eso lo sabes desde el principio. Sus ojos, brillantes por la furia, me fulminaron. Por un instante pensé que iba a lanzarme algo, pero en su lugar se levantó de la cama, recogiendo su ropa interior del suelo con movimientos rápidos y llenos de rabia. No dije nada más. ¿Para qué? Ya había dicho lo necesario. Se vistió de forma torpe, casi desesperada, y al intentar salir de la habitación, chocó de bruces contra alguien. Desde la cama, observé cómo su cuerpo se tensaba al darse cuenta de con quién había chocado. —Rafa... —dijo ella con un hilo de voz, claramente incómoda por la presencia de mi hermano. Rafa, sin inmutarse, apenas le dedicó una mirada. Él ya estaba acostumbrado a este tipo de escenas. No era la primera vez que una mujer salía así de mi habitación, y probablemente no sería la última. La dejó pasar como si no existiera y se adentró en mi cuarto con un aire pesado, cargado de reproche. —Te lo dije, Calvin. —Su tono era grave, casi amenazante, mientras lanzaba un fajo de fotos sobre la cama—. Tu estupidez iba a terminar en un derramamiento de sangre. Mira lo que nos enviaron. Me incorporé lentamente, tomando una de las fotografías con calma, aunque no podía evitar un leve gesto de incomodidad al verlas. Héctor, un hombre que trabajaba para mí pero que también tenía conexiones con Bruno Delacroix, yacía muerto sobre una carretilla. La sangre seca manchaba su camisa, y su rostro tenía esa expresión vacía que sólo la muerte podía dar. —Él sabía que jugar a dos bandos podía conllevar a esto. No es mi culpa que no haya podido manejarse bien. Mi tono era indiferente, casi inhumano, mientras dejaba caer la foto de vuelta sobre la cama. Rafa no dijo nada al principio, pero la mirada que me dirigió estaba cargada de reproche. —Esto va a traernos problemas, Calvin. Más de los que ya tenemos. Me encogí de hombros, como si no me importara. Rafa siempre exageraba. —Sobre lo de intervenir el teléfono de Delacroix… —continuó él, cambiando de tema—. Fue imposible. Y ya no quiero involucrarme más en estos asuntos. Chasqueé la lengua, molesto por su actitud. Sabía que Rafa era bueno en lo que hacía, pero su moralidad siempre había sido un obstáculo. —¿No quieres involucrarte más? —dije con una sonrisa fría mientras me inclinaba hacia él—. No olvides que tengo esa información sobre tu pequeña reunión con la FIAC. Su rostro se endureció al instante, y pude ver cómo apretaba los puños. —No te atrevas a usar eso contra mí, Calvin. Me incliné un poco más, disfrutando del momento. —Si decides darme la espalda, no tendré otra opción. Ya sabes cómo funcionan las cosas. Hubo un largo silencio entre nosotros. Rafa me miró con una mezcla de furia y resignación, como si estuviera calculando sus opciones. Finalmente, soltó un suspiro pesado y apartó la mirada. —Eres un cabrón, Calvin. Sonreí, satisfecho. —Lo sé. Ahora, ve a hacer lo que tienes que hacer. —Ya intenté Intervenir su teléfono. —Empieza a explicarme—. Eso implicó acceder ilegalmente a sus comunicaciones o datos, algo que es técnicamente difícil si el dispositivo está bien protegido y actualizado. Que lo está. Para hacerlo de manera imposible, los sistemas deben tener seguridad avanzada, como: Cifrado fuerte: Los datos deben estar cifrados de extremo a extremo, impidiendo que terceros puedan leer las comunicaciones. Dos: Autenticación robusta: Uso de sistemas como biometría o autenticación multifactorial para evitar accesos no autorizados. Tres: Actualizaciones constantes: Corregir vulnerabilidades conocidas mediante actualizaciones regulares del sistema operativo. Y cuatro: Aislamiento de software: Separar procesos críticos. Suspiro pesado. —Rafa, quiero que intervengas el teléfono de Delacroix. No me importa qué tan imposible te parezca, hazlo. Usa lo que tengas que usar, pero consíguelo. Mi tono no dejaba espacio para protestas. Rafa suspiró, pasándose una mano por el cabello. —Calvin, ya te dije que sus sistemas son prácticamente impenetrables. La encriptación es de grado militar, cada comunicación pasa por filtros que hacen que sea inútil siquiera intentarlo. —¿Y eso es todo? ¿Es tu límite? —lo interrumpí, mi paciencia comenzando a agotarse—. Si tienes que venderle tu alma a alguien más listo, hazlo, pero no me des excusas. Esto no es opcional. Rafa apretó los dientes, pero no dijo nada. Yo sabía que tenía sus límites morales, pero también sabía cómo romperlos. Antes de que pudiera replicar, decidí cambiar de tema, consciente de que necesitaba mantenerlo enfocado. —Hablando de información… —dije, cruzándome de brazos—. ¿Qué sabes de lo que te pedí que investigaras? Por un momento pareció confundido, pero luego sus ojos brillaron con algo parecido a la resignación. Sacó un pequeño USB de su bolsillo y lo lanzó sobre la cama, donde rebotó entre las fotografías. —Hay muy poco, casi nada —dijo con desdén—. Es una mujer joven, pero no hay registros significativos sobre ella. Su nombre no aparece en ninguna base de datos importante. Deduzco que Delacroix borró toda su información. Está más protegida que cualquier archivo del Área 51. Tomé el USB y lo observé un instante antes de guardarlo en el bolsillo de mi pantalón. —Ese es el detalle, Rafa. —Mi tono era bajo, pero cada palabra estaba cargada de intención—. ¿Por qué proteger tanto a alguien que, según tú, no tiene importancia? Rafa se encogió de hombros, como si el misterio no fuera algo que le preocupara. —Quizás no tiene nada que ver. Es una pieza irrelevante, Calvin. Podrías estar perdiendo el tiempo. —No lo creo —repliqué, negando con la cabeza—. Hay algo que no encaja. Nadie se molesta en ocultar algo sin motivo, mucho menos Delacroix. Si esta mujer no importa, ¿por qué enterrarla tan profundamente? Mi hermano bufó, claramente irritado con mi obsesión. —¿Qué tiene que ver ella con lo del casino? —preguntó, cruzándose de brazos—. ¿No crees que estás llevando esto demasiado lejos? Lo miré fijamente, dejándole claro que no aceptaba que me cuestionara. —La muerte de Héctor es una declaración de guerra, Rafa. No voy a quedarme de brazos cruzados. Necesito conocer cada punto débil de Delacroix, cada persona que lo rodea, cada secreto. Si esta mujer está tan protegida, debe ser importante. Y tú vas a averiguar por qué. Me lanzó una mirada de odio y cuando se giró para largarse, pareció haber recordado algo y se devolvió mirándome. —Por cierto, Héctor me dio una información para ti, sobre lo que le encargaste antes de morir. —¿Qué tienes? —pregunté, dejando a un lado el whisky que ya había sujetado. Rafa lanzó un suspiro antes de hablar, como si estuviera preparando sus palabras con cuidado. —La única información que pudo sacar es que Bruno tiene una hija. Aquello me tomó por sorpresa, aunque no lo dejé ver. Me recosté en el espaldar de la cama y arqueé una ceja, observando a Rafa con un interés renovado. —¿Una hija? —repetí lentamente—. Bruno esconde bien su vida privada. Nadie sabe de esa niña. Rafa asintió, cruzándose de brazos. —Así es. Fue un reto encontrar información sobre ella —dijo Rafa, apoyando ambas manos sobre el colchón, como si necesitara recalcar la gravedad de lo que estaba diciendo—. La única fuente que le dio algo útil fue la madre. Me incliné un poco hacia adelante, intrigado. —¿La madre? ¿Qué sabes de ella? Rafa se enderezó y comenzó a hablar, su tono cargado de ese profesionalismo que siempre mostraba cuando se trataba de negocios serios. —Se llama Victoria. Estuvieron comprometidos hace unos años, aproximadamente, hubo un lio, no sé, hay algo que nos estamos perdiendo. Me quedé en silencio, procesando aquello. No era un detalle menor que Bruno hubiera estado tan cerca de formar una familia, y menos con alguien de quien nunca había oído hablar. Rafa continuó antes de que pudiera decir algo. —No llegaron a casarse, o al menos eso es lo que parece. No hay registros de un matrimonio formal, y tampoco me consta que se hayan divorciado. Pero, como te imaginarás, Bruno sabe cómo cubrir sus huellas, así que no puedo asegurarlo. —Interesante… —murmuré, frotándome la barbilla. Sabía que Bruno era un hombre reservado, pero esto era algo completamente nuevo. Rafa sacó su teléfono y deslizó la pantalla antes de girarlo hacia mí. En ella, una imagen: una mujer de cabello oscuro y elegancia natural, sosteniendo a una niña pequeña que sonreía frente a un festival. —Conseguimos esta foto de I*******m —explicó Rafa—. La madre subió la imagen el día del cumpleaños de la niña. Parece que estaban en algún festival en Alemania. Luego borró la foto, pero conseguí hacer una captura de pantalla. Observé la foto con detenimiento. La niña, con rizos oscuros y una sonrisa brillante, tenía un aire inconfundible. Algo en la estructura de su rostro me recordaba a Bruno. Y tenía sus malditos ojos tricolor, que gritaba que llevaba su sangre. —¿No están en el país? —pregunté, levantando la mirada hacia Rafa. —No. Al menos no parece que lo estén. Por lo que pude averiguar, Victoria y la niña llevan una vida tranquila fuera. No hay rastros claros de que Bruno viva con ellas, pero eso tampoco puedo asegurarlo. Me incliné de nuevo en mi asiento, dejando escapar un silbido bajo. —No parece que le interese mucho la niña, o al menos no lo demuestra. Rafa dudó un momento antes de continuar, su expresión más seria que nunca. —Según Héctor, antes de morir, Bruno puede pasar meses sin verla físicamente. Eso me hizo fruncir el ceño. Bruno era un hombre que protegía ferozmente lo que consideraba suyo. Si esa niña era su hija, ¿por qué la mantenía tan lejos? Algo no cuadraba, pero no dije nada. —Héctor tenía algo más que decir antes de morir, ¿no es así? —pregunté, fijando mi mirada en Rafa. —No. Eso fue lo último que me dio sobre este tema. —Hizo una pausa, como si estuviera evaluando mi reacción—. Calvin, ¿qué piensas hacer con esta información? Me apoyé en los reposabrazos de mi silla, mirándolo fijamente. —Por ahora nada, investiga quién es la chica a la que frecuenta y confírmame si es la madre de la niña o otra. La información es poder y ahora mismo solo me interesa informarme. Rafa soltó un suspiro exasperado y salió. Sabía que, al final del día, mis decisiones no eran negociables. Mientras mi mente ya comenzaba a trabajar en cómo podía usar esta nueva pieza en el tablero. Bruno Delacroix era un hombre calculador, pero todos los hombres tienen un talón de Aquiles. Tal vez, acabábamos de encontrar el suyo.