Bruno
Las luces del festival creaban un brillo cálido en el ambiente, reflejándose en los rostros felices de las familias que paseaban por las calles decoradas. Era imposible ignorar el aroma embriagador de las flores.
Cada esquina del lugar estaba llena de colores vivos: rosas, girasoles, margaritas.
Cindy caminaba a mi lado, con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta, los hombros ligeramente encogidos por el frío. Su cabello rubio caía en ondas suaves sobre su espalda, y cada tanto, una brisa juguetona lo movía de manera que parecía salido de un maldito comercial de champú.
No me gustaban los festivales. Tampoco las multitudes. Pero ahí estaba, caminando entre puestos decorados con flores.
—¿Te gusta este tipo de cosas? —preguntó de repente, girando la cabeza hacia mí. Sus ojos azul como el hielo puro, se encontraron con los míos.
—No.
Ella rió, un sonido suave, casi musical. No debía gustarme tanto, pero lo hacía. Ella era como una droga. Y yo, un idiota que había caíd