Entrada al casino

Cindy

El día siguiente fue más tranquilo hasta que llegó la noche. Rocío caminaba a mi lado, en silencio, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de cuero. Sus botas resonaban contra el pavimento agrietado, marcando el ritmo de nuestra marcha. Yo llevaba un abrigo viejo, el cierre roto, y trataba de mantener la cabeza baja mientras pasábamos por las esquinas más oscuras. A estas horas, el vecindario no era precisamente acogedor, pero ya estábamos acostumbradas.

El camino al casino era un recorrido extraño, casi surrealista. Salías de un lugar donde los grafitis cubrían cada superficie y los postes de luz apenas se mantenían en pie, y, en cuestión de minutos, las calles comenzaban a cambiar. Las fachadas de los edificios pasaban de estar llenas de grietas y moho a lucir impecables, con ventanales grandes que dejaban ver interiores bien iluminados. Los callejones oscuros y las tiendas con rejas oxidadas eran reemplazados por cafeterías elegantes y escaparates llenos de maniquíes que vestían ropa que no podíamos pagar ni en sueños.

—Es una locura, ¿no? —comenté, rompiendo el silencio mientras doblábamos por una avenida más amplia, con aceras lisas y faroles que iluminaban como si fuera de día.

—¿Qué cosa? —preguntó Rocío sin mirarme, sacando un cigarrillo y encendiéndolo.

—Que vivamos a media hora de esto y aun así parezca otro mundo.

Ella soltó una risa seca, expulsando una nube de humo hacia el cielo.

—Sí, bueno. Así es la ciudad. O estás adentro o te quedas mirando desde fuera.

Era difícil no notar la diferencia. Aquí los coches eran nuevos, relucientes, y las personas caminaban como si no tuvieran una sola preocupación en la vida. Yo intentaba no mirar demasiado; esas calles no eran para nosotras, y se sentía como si la gente pudiera notarlo con solo vernos.

El casino estaba al final de la avenida principal, un edificio brillante con neones que parpadeaban anunciando espectáculos y promociones. El contraste era brutal: veníamos de un barrio donde la luz de un poste era un lujo, y aquí todo parecía hecho para deslumbrar. Rocío tiró el cigarrillo antes de entrar y me lanzó una mirada seria.

—Recuerda, Cindy. Aquí no te metas en problemas. Haz lo que tengas que hacer y ya.

Asentí, sintiendo un nudo en el estómago mientras cruzábamos las puertas giratorias. Por fuera, el casino era un símbolo de lujo

El brillo frío del Casino Imperio era muy distinto a las luces sucias y apagadas del Nightfall. Aquí todo parecía reluciente, desde las mesas de juego hasta las columnas doradas que adornaban el salón principal. La música era suave, elegante, pero el murmullo constante de voces, el tintineo de fichas y las carcajadas ocasionales creaban un ruido de fondo constante.

Rocío caminaba un paso adelante de mí, su chaqueta de cuero destacando entre las camisas blancas y los uniformes oscuros del personal. Se movía con confianza, como si este fuera su territorio, mientras yo intentaba no parecer demasiado fuera de lugar con mis botas gastadas y mi chaqueta vieja.

Nos detuvimos frente a una puerta marcada como "Acceso Restringido". Rocío empujó con firmeza, y al otro lado nos esperaba un tipo que no reconocía, pero que claramente mandaba aquí. Era alto, con el cabello castaño bien peinado y una expresión difícil de leer. El traje que llevaba, negro y perfectamente ajustado, gritaba poder. Sus ojos se fijaron en Rocío primero, luego pasaron a mí con una mirada crítica.

—¿Qué quieres, Rocío? —preguntó con voz grave y cansada, como si estuviera acostumbrado a lidiar con problemas a cada minuto.

—Necesito que le des una oportunidad a mi amiga —respondió Rocío con firmeza, señalándome con la cabeza—. Es buena trabajadora.

El hombre frunció el ceño, mirándome de arriba a abajo como si estuviera evaluando un producto en una tienda. Me sentí diminuta bajo su mirada, y por un segundo deseé estar en cualquier otro lugar.

—¿Buena trabajadora, eh? —repitió, rascándose el mentón. Luego se giró hacia mí—. ¿Tienes experiencia?

Abrí la boca para hablar, pero Rocío se adelantó.

—Lo importante es que aprende rápido. Necesitamos gente, ¿no? Deisy no está y las demás no dan abasto. Déjala al menos probar.

Él pareció pensarlo por un momento, su mirada seguía clavada en mí como si buscara algún defecto que lo convenciera de decir que no. Finalmente suspiró y asintió.

—Está bien. Pero que quede claro: si no sirve, se va fuera. No hay segundas oportunidades aquí.

—No te preocupes, no te va a decepcionar —respondió Rocío rápidamente, sonriendo con confianza mientras yo apenas lograba asentir.

—Llévala a buscar un uniforme y explícale las reglas básicas —ordenó él, mirando su reloj—. Tengo que atender una llamada.

Sacó su celular del bolsillo y se alejó un poco, dejando que Rocío me tomara del brazo para arrastrarme hacia el pasillo.

—Vamos, la zona de trabajo es por allá —me informó mi amiga.

Justo cuando pensaba que ya estábamos fuera de su radar, su voz nos detuvo.

—Mmm, espera.

Nos giramos, y vi cómo él se acercaba de nuevo, sus ojos examinándome con un interés distinto al de antes. Me sentí aún más incómoda cuando hizo una pausa y dijo:

—No, ella es muy bonita. No la mandes a la zona común.

—¿Qué? —preguntó Rocío, sorprendida.

El hombre me volvió a evaluar de arriba a abajo, como si estuviera midiendo cada centímetro de mi apariencia.

—Llévala a la zona VIP.

Rocío no dijo nada, pero sus labios se curvaron en una sonrisa apenas disimulada. El hombre dio media vuelta y salió del pasillo, contestando su llamada sin esperar una respuesta. Apenas desapareció de nuestra vista, Rocío soltó un pequeño grito ahogado de emoción y me sacudió por los hombros.

—¡¿Escuchaste eso?! ¡La zona VIP, Cindy! ¡Es la mejor zona del Casino!

—¿Eso es bueno? —pregunté con nerviosismo, aunque su reacción me decía que sí.

—¡Claro que sí, tonta! —Rocío estaba radiante—. Allí las propinas son altísimas, y si juegas bien tus cartas, puedes hacer más en una noche que en una semana en cualquier otro lugar.

—¿Jugar bien mis cartas? —repetí, sintiendo cómo mi estómago se revolvía.

—Tranquila, sólo sigue las reglas y todo irá bien.

No me sentía tranquila en absoluto. La idea de estar en una “zona VIP”, atendiendo a tipos ricos y poderosos, me ponía los nervios de punta. Pero Rocío no me dio tiempo de seguir protestando. Me llevó directo a un pequeño camerino donde había percheros con uniformes, un espejo grande y un par de bancos nuevos.

—Aquí —dijo, sacando un uniforme negro ajustado con detalles dorados y colocándolo en mis manos—. Cámbiate rápido.

—¿Esto…? —Miré el uniforme con dudas. Era mucho más elegante que el del Nightfall, pero también mucho más revelador.

—Es lo que hay, Cindy. Si quieres trabajar aquí, te acostumbras.

Suspiré y me cambié detrás de un biombo desvencijado. Cuando salí, Rocío ya se había puesto el suyo y se estaba ajustando el cabello frente al espejo. Me miró y asintió con aprobación.

—Perfecto. Ya casi pareces profesional.

—No me siento profesional —murmuré, alisando la falda del uniforme.

Rocío dejó el espejo y se puso seria por un momento.

—Cindy, escúchame bien —dijo, parándose frente a mí—. Esta es una buena oportunidad, pero tienes que ser cuidadosa. La zona VIP no es como el resto del Casino. Allí la mayoría de los tipos son poderosos. Empresarios, políticos, incluso mafiosos. No te metas en problemas.

—No pienso meterme en problemas —prometí, aunque la verdad es que la idea me daba miedo.

—No te estoy diciendo que lo harás a propósito. Sólo… mantén la boca cerrada y la cabeza baja. Recoge las copas, lleva lo que te pidan a la barra y recoge cualquier cosa que tiren. Eso es todo. Haz caso a lo que te diga el bartender y no te desvíes de eso. ¿Entendido? Cuando entres, buscas a una chica que está vestida de azul oscuro, la reconocerás porque ella es la jefa de las chicas allí, es la única que viste diferente, le dices que eres nueva y ella te dirá que hacer.

Asentí, tragando saliva.

—Entendido.

—Bien. —Rocío me miró con algo de preocupación antes de abrir la puerta que llevaba hacia la zona VIP—. Nos vemos cuando termine mi turno. Suerte, Cindy. No la cagues.

—No la cagaré —prometí, aunque mi voz no sonaba tan firme como quería.

Ella me dio una última mirada, un pequeño gesto de confianza, y luego me dejó allí, justo en la entrada del lugar donde todo cambiaría. Respiré hondo, sentí el peso de la noche sobre mis hombros y crucé la puerta.

La zona VIP del Casino Imperio era un mundo aparte. La iluminación era tenue, con lámparas elegantes colgando del techo y proyectando sombras suaves sobre el terciopelo rojo de las paredes. Las mesas de juego estaban ocupadas por hombres trajeados y mujeres impecablemente vestidas que parecían flotar entre las sillas y las copas. El aire olía a cigarro caro y a perfumes que probablemente costaban más que todo lo que tenía en mi cuenta bancaria. Realmente mi cuenta estaba vacía, pero decirlo así me daba ánimo.

Mis botas habían sido reemplazadas por zapatos bajos y negros que apenas hacían ruido contra la alfombra gruesa. Me sentía como un pez fuera del agua, intentando moverme con la elegancia que parecía natural en las demás chicas del lugar. Pero yo no era así. No me sentía así. Todo esto parecía demasiado brillante, demasiado lejano para mí.

No tuve que buscar mucho con la vista cuando visualicé a una rubia alta de mirada severa vestida sexualmente con un uniforme azul. Me acerqué tal y como me dijo Rocío y me presenté. Ella me miró seria como si mi presencia no fuera de su agrado, luego, me analizó de arriba abajo antes de recaer en mis ojos.

—Ve a esa zona de allá —ordenó. Seguí con la vista a donde señalaba y noté en automático que parecía un lugar más cerrado, con menos chicas circulando y con más hombres trajeados.

—Encárgate de recoger las copas y vasos vacíos —continuó—. Luego llévalos a la barra y haz todo lo que él te diga.

Señaló a donde y yo miré. Luego sin esperar que hablara se alejó con cierta prisa a una mesa donde una de las chicas parecía tener algún inconveniente con un cliente.

Tomé aire.

Caminé directo hacia la primera mesa que vi, donde un grupo de hombres jugaba póker. Había vasos vacíos dispersos entre las fichas y cartas, así que me apresuré a recogerlos, cuidando de no hacer ruido.

—¿Quién es la nueva? —escuché decir a uno de los jugadores. Su voz era grave y algo burlona.

Mi corazón dio un salto, pero mantuve la cabeza baja mientras seguía apilando los vasos. Era mejor ignorarlos, ¿no? Sin embargo, sentí varias miradas clavarse en mí, evaluándome con descaro.

—No la había visto antes —respondió otro hombre, esta vez con un tono más suave.

Era incómodo que hablen de ti, como si no estuvieras.

—Probablemente sea nueva —añadió otro—. Mira cómo tiembla.

"Perfecto, Cindy, eres tan torpe que se te nota a kilómetros", pensé con fastidio. Tragué saliva y, por un impulso que ni yo misma entendí, levanté la cabeza y les lancé una pequeña sonrisa irónica.

—No estoy temblando. Solo estoy midiendo cuántas copas puedo llevar antes de que me hagan perder el equilibrio.

Los hombres se rieron, sorprendidos por mi comentario. Uno de ellos, un tipo de unos cuarenta años con una barba bien cuidada, pelo negro y una sonrisa de tiburón, me miró con interés.

—¿Y cuál es el récord? —preguntó, recostándose en su silla.

—Aún no lo sé —respondí, encogiéndome de hombros mientras recogía otra copa—, pero espero no romperlo aquí. No me gustaría arruinar la alfombra.

Las risas volvieron, y por un segundo sentí que el nudo en mi pecho aflojaba. No estaba acostumbrada a hablarles así a tipos como estos, pero había sido un acto reflejo. Tenía que parecer segura, aunque por dentro estuviera aterrada.

—Me gusta la actitud —dijo uno que llevaba un parche negro en el ojo izquierdo, señalándome con una sonrisa ladeada—. ¿Cómo te llamas, linda?

"Linda". La palabra me hizo rodar los ojos por dentro, no era el halago, era el tono insinuante que parecía lamer cada letra insinuando querer algo más, pero mantuve mi sonrisa educada.

—Cindy —respondí, sin darles más.

—Bienvenida, Cindy. Mantén esas manos firmes. Aquí no nos gusta que las copas se derramen.

—Haré mi mejor esfuerzo —respondí con un pequeño guiño antes de girarme para llevar las copas a la barra.

Y Sin que me lo esperara, esa fue mi primera propina, el tipo de barba sacó un billete y lo puso encima de una copa vacía que tenía en la mano. Dije un espontáneo “Gracias” y me alejé.

Sentí las miradas aún sobre mí mientras me alejaba, pero esta vez no me encogí. ¿Había sido atrevida? Sí. ¿Estúpida? Probablemente. Pero algo en esa pequeña interacción me dio confianza. Si ellos querían verme como una novata, no me importaba. Yo decidiría cómo manejarme aquí.

En la barra, un bartender alto y fornido, con una camisa negra y un mandil impecable, me lanzó una mirada rápida mientras colocaba las copas vacías.

—¿Eres la nueva?

—Eso parece. Cindy.

—Yo soy Joaquín —respondió sin muchas palabras mientras limpiaba un vaso de cristal—. ¿Todo bien por ahora?

—Sí… Creo que sí. —Miré por encima del hombro hacia la sala. Las demás chicas se movían con gracia, pero yo seguía sintiéndome un poco torpe. Aún así, intenté no mostrarlo.

—No la cagues, Cindy. Aquí no toleran errores —añadió Joaquín sin levantar la vista del vaso.

—¿Tan simpático eres con todas las nuevas o es un privilegio especial? —respondí, tratando de sonar ligera.

Joaquín me miró por fin y, por un segundo, me pareció que su boca esbozaba una media sonrisa antes de volver a concentrarse en su tarea.

—Haz tu trabajo y nos llevaremos bien.

—Entendido, jefe —dije, girándome de nuevo hacia la sala con una bandeja limpia.

Tomé aire y me aventuré hacia otra mesa, esta vez sintiéndome un poco menos perdida. Vi a una mujer con un vestido rojo brillante dejar su copa a un lado y me apresuré a recogerla. Me esforcé por no mirar demasiado a los clientes. Había tipos que parecían sacados de revistas de negocios, otros que se veían como si llevaran años en cosas turbias. Pero a ninguno le importábamos nosotras más allá de que hiciéramos bien nuestro trabajo.

Aun así, mientras me movía entre las mesas, noté algunas miradas más. Un par de hombres en la esquina dejaron de hablar por un segundo cuando pasé, y una mujer mayor con joyas deslumbrantes me miró de arriba a abajo, como si estuviera midiendo si merecía o no estar en la misma habitación que ella.

“Es porque soy nueva”, me dije a mí misma, intentando ignorarlo. “Torpe y nueva.”

Pero entonces uno de los hombres de otra mesa me silbó suavemente. No de forma vulgar, más bien como si intentara llamar la atención de un camarero. Me giré, alzando una ceja.

—¿Sí? —pregunté con la mejor voz profesional que pude encontrar.

—Una copa más de whisky, preciosa. Sin hielo.

—¿Preciosa es parte del pedido? —solté sin pensar.

Él me miró sorprendido, y por un momento temí haber hablado de más. Pero entonces se echó a reír, sacudiendo la cabeza.

—Solo el whisky. Pero me gusta tu estilo.

—Perfecto, vuelvo enseguida.

Mientras regresaba a la barra, sentí mi corazón latiendo con fuerza. Había cruzado una línea fina entre la espontaneidad y la impertinencia, y aunque parecía haber salido bien esta vez, no podía confiarme. Rocío tenía razón: aquí no podía darme el lujo de meterme en problemas. Pero ser una sombra silenciosa tampoco era lo mío.

Me detuve por un segundo, ajustándome el uniforme antes de entregar el pedido en la barra. Tenía que encontrar un equilibrio. Aquí no podía ser la Cindy del Nightfall, pero tampoco iba a ser invisible. No esta vez.

Joaquín me miró de reojo mientras servía el whisky.

—¿Atrevida, eh?

—Ligeramente —respondí con una sonrisa discreta.

—No te excedas, nueva.

—Lo tendré en cuenta, jefe.

Volví a llevar la bebida a la mesa con un paso más firme que antes, sintiéndome, aunque fuera un poco, más parte de este lugar. Si quería sobrevivir aquí, tendría que aprender rápido a caminar sobre esa cuerda floja entre la confianza y el silencio. Y estaba dispuesta a intentarlo.

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