Mundo de ficçãoIniciar sessãoCindy
16 horas de vuelo. El aterrizaje en Turquía fue suave, pero el ambiente que nos esperaba en tierra era cualquier cosa menos tranquilo. Desde la ventanilla del jet, había amanecido. No había señales de un aeropuerto convencional, ni de multitudes ni de ruido; solo la silenciosa presencia de vehículos negros estacionados a una distancia estratégica, con hombres armados distribuidos de manera casi militar. A medio viaje me había ido a sentar con Bruno y poco antes de aterrizar me lavé la cara con un kit de uso personal que le pedí a la chica después de ver qué Bruno había pedido uno. Bruno no dijo una sola palabra mientras descendíamos del jet, pero su rostro estaba más rígido que nunca. Caminó delante de mí con paso firme, y aunque yo intentaba mantenerme tranquila, no pude evitar sentir que algo muy serio se estaba gestando. Dos hombres con trajes oscuros nos esperaban al pie de la escalinata, y tan pronto como él llegó a su lado, intercambiaron un par de palabras en un idioma que no entendí. Bruno asintió, recibió unos pasaportes y otras cosas y ambos hombres se movieron rápidamente, uno hacia un SUV blindado que ya estaba encendido, y el otro hacia el grupo de vehículos estacionados. Me guió hacia el coche, colocando una mano en la base de mi espalda como si quisiera asegurarse de que no me quedara atrás. Cuando subimos al vehículo, me di cuenta de que no estábamos solos. Uno de los hombres trajeados se sentó en el asiento delantero, con una expresión tensa que parecía no relajarse nunca, mientras otro se colocó en el asiento del copiloto. El conductor, silencioso y concentrado, no hizo ningún intento de romper el silencio. El trayecto fue largo, muy largo. Y Bruno no parecía dejar de hablar por teléfono. Dios mío, todo el tiempo hablaba por teléfono, y yo me aburría . Atravesamos lo que parecían ser zonas rurales, pero cada tanto había retenes con hombres armados. Parecían de su propios socios o algo así, él solo tenía que bajar la ventanilla para que le dejaran pasar. El coche giró hacia un camino aún más apartado, donde los árboles se cerraban sobre la carretera como un túnel natural. Tras una última curva, llegamos a un enorme portón metálico, custodiado por más hombres armados, todos vestidos con ropa táctica negra. Uno de ellos se acercó a la ventana del conductor, observó dentro del vehículo, y luego hizo una seña a sus compañeros. Las puertas se abrieron con un zumbido mecánico que resonó como un eco en la quietud. Al otro lado del portón, una enorme mansión se alzaba en el centro de un terreno impecablemente cuidado. Era imponente, con una fachada de piedra y vidrio que parecía diseñada más para intimidar que para impresionar. No era una mansión común; parecía una fortaleza disfrazada de lujo. El coche se detuvo frente a la entrada principal, y antes de que pudiera procesar todo lo que veía, Bruno salió y me tendió la mano. Su mirada era seria, casi como si estuviera evaluando cada una de mis reacciones. Tomé su mano, bajé del coche y me quedé inmóvil por un momento, sintiendo el peso de todo lo que me rodeaba. —Ven —ordenó con suavidad, colocándose a mi lado. Entramos en la mansión, donde más hombres nos esperaban, todos armados y atentos. Pero Bruno no se detuvo. En cambio, nos dirigió por unos pasillos, aquello parecía un laberinto. Tuvo que teclear un código en varias puertas de metal que daban acceso a más pasillos. Se me estaba comenzando a cansar las piernas, cuando finalmente llegamos hacia un ascensor ubicado al final del último pasillo. Las puertas de acero se abrieron con un pitido como si fuera una nave, y entramos sin decir una palabra. La cabina era amplia, con paneles metálicos y botones que solo tenían números. Él presionó el último botón, y el ascensor comenzó a descender de golpe. Se sentía terrorífico, como si fuéramos 500 metros bajo tierra.






