Mundo ficciónIniciar sesiónCindy
Creo que Bruno estuvo a punto de verlo, estoy segura, pero el empujón que le propiné hacia adentro a Gabriel fue tan brusco que creo que se dio en la frente al caer al suelo. —¿Qué pasa? —preguntó Bruno como si hubiera escuchado o visto algo pero no estando seguro. —Nada, espérame en el auto por favor —pedí con una urgencia evidente. Bruno frunció el ceño y cuando intentó acercarse mas me fui sobre el en un gesto cariñoso poniéndome de puntillas para besar sus labios. Me besó, pero cuando se apartó vi su atención fija en la puerta del vestidor. —¿Quién está ahí? —preguntó cuando escuchó un ruido. —¡Nadie! Debe ser que se ha caído mi mochila la dejé en un mal sitio —estaba rezando para que Gabriel no saliera, no hablara, no nada. Inconforme con mi respuesta hizo el intento de pasar por mi lado pero lo detuve halando su chaqueta. —¿Por qué te pones así, vas a hacer una escena de nada? Pensé que no te gustaban las escenas —solté usando sus propias palabras. Él no respondió, pero estrechó los ojos y bendije al cielo cuando le sonó el móvil y se apartó a contestar nuevamente. Entré rápido, abrí mi casillero, cogí la mochila con prisa. Gabriel estaba aún en el suelo, sé que había escuchado la conversación, se tocaba la frente ante el golpe dado y me miraba como una extraña que intenta asaltarte. Le di la mano para ayudarlo a ponerse de pie pero no me la aceptó, se levantó el solo mirándome con recelo. Miré rápido a la puerta. —No salgas ahora, espera diez minutos —le pedí—. Y por favor, aléjate de mi, por favor te lo pido. Creí escuchar ruido nuevamente, y salí casi corriendo. Bruno venía de regreso a los vestidores y yo lo hice devolverse al llegar a su altura. Mientras caminábamos lo miré de reojo. Mis ojos bajaron de manera involuntaria hacia su cintura, donde el brillo metálico de una pistola estaba visible. Nunca antes lo había visto armado, y aunque sabía que Bruno no era un hombre cualquiera, ver esa realidad tan cerca me provocó un escalofrío. La sensación de peligrosidad, me excitaba, «Dios mío, estaba loca». Debería desear alejarme de él, sin embargo mi cabeza le sumaba éxtasis a su personalidad y mi cerebro se desconectaba haciéndome desear cosas que no eran correctas. Subí a su auto, y el condujo en silencio. Había tensión en el momento no sabía si por la llamada o porque el intuía que Gabriel estaba presente, él estaba demasiado tenso. Estaba muy confusa. Sentía el peligro, lo olía, pero no huía de él. Era masoquista. Sí, eso es, soy masoquista. Y estaba loca. Es culpa de Bruno. Yo no era así antes de conocerlo, yo era muy cuerda y realista, quizás un poco impulsiva si, pero sabía mantener mis relaciones claras, y… Siempre todo iban detrás de mi, no al revés. Y. Me asustaba la fuerza sobre mi que tenía el hombre que iba a mí lado, sentía que me doblegaba sin siquiera pedirlo y eso me asustaba mucho. Bruno estacionó frente a mi edificio y apagó el motor. El silencio entre nosotros era denso, casi sofocante, como si el aire estuviera cargado con todo lo anteriormente ocurrido. Miraba hacia adelante, sus manos aún firmes sobre el volante, y por un momento pensé que tal vez ni siquiera se despediría. Me armé de valor y rompí el silencio. —Gracias por traerme —dije, con la voz apenas un susurro. Me incliné para darle un beso en la mejilla, algo rápido, como una forma de tantear terreno. Pero antes de que pudiera hacerlo, su mano se movió con rapidez, atrapando mi mentón y obligándome a girar el rostro hacia él. Sus dedos eran firmes pero no bruscos, su tacto cálido. Cuando nuestros ojos se encontraron, su mirada me dejó inmóvil. Profunda , intensa, como si estuviera leyendo cada rincón de mi alma y no estuviera del todo seguro de lo que veía. Sus labios atraparon los míos. Fue un beso que no pedía permiso, que no daba espacio para dudas. Fuerte, salvaje, posesivo. Me estaba acostumbrando a esa manera suya de tocarme, de besarme de mirarme, y me gustaba. Mi cabeza daba vueltas. Estaba perdida en él, en la intensidad de su boca, en la forma en que su mano sujetaba mi rostro como si temiera que pudiera escapar. Cuando finalmente se separó, ambos estábamos respirando con dificultad. Mis labios ardían, y sabía que mi rostro estaba encendido, ese beso había bastado para que mis bragas se humedecieran. —Baja —dijo. Incapaz de responder con palabras. Abrí la puerta, pero antes de que pudiera salir, él metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó algo. Lo vi brillar a la luz tenue de la calle antes de que lo sostuviera frente a mí. Era una tarjeta negra, elegante, casi intimidante. La sostenía con dos dedos, había visto de esas en películas. —El domingo, a las seis de la mañana, paso por ti —avisó. Tomé la tarjeta con manos temblorosas. Sentía el peso de lo que significaba, aunque él no lo dijera. —Compra lo que necesites. Vamos a un bautizo —añadió, como si fuera lo más natural del mundo. Lo miré, tratando de procesar lo que acababa de decir. Un bautizo. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué me llevaba a algo así? Mi cabeza era un torbellino, pero hice lo mejor para mantenerme serena. —Está bien —respondí al fin, aunque mi voz sonaba mucho más débil de lo que pretendía. —Baja —ordenó. Fruncí el ceño, apreté mi mochila y bajé. Esa forma suya de hablarme a veces me confundía. Bruno aceleró, dejando un rugido del motor que resonó en mis oídos mientras lo veía desaparecer por la calle. Me quedé plantada frente al edificio, sosteniendo la tarjeta negra en mi mano, aún procesando todo lo que había pasado. Mi corazón latía fuerte y rápido, como si quisiera escapar de mi pecho, y una pequeña parte de mí deseaba correr detrás de ese auto. Comenzaba a sentirme rara cuando me separaba de él, lo pensaba demasiado y deseaba volver a verlo, esa necesidad me atropellaba bruscamente, como un tren fuera de sus rieles. El sonido de otro motor acercándose me sacó de mis pensamientos. Al voltear, reconocí el coche que Bruno me había regalado estacionándose al otro lado de la acera. El coche que apenas había tocado, porque todavía no tenía la confianza para conducirlo sola. Detrás del volante estaba Dan, con su expresión despreocupada y poderosa, como si fuera suyo. Y Rocío en el asiento del copiloto, riéndose de algo que él había dicho. Rocío era la única que tenía mi permiso para usar el coche y Dan nos estaba enseñando a conducir. Era obvio que estaban en otra de esas lecciones. Sonreí para mí misma y caminé hacia ellos, golpeando suavemente la ventanilla del lado de Rocío. Ella giró la cabeza al oírme y bajó el cristal con una sonrisa. —Oye, vamos a dar otra vuelta, ¿te vienes? —preguntó. Sin decir nada, levanté la tarjeta negra para que ambos la vieran. Rocío arqueó una ceja, claramente impresionada, mientras Dan soltaba un silbido bajo. —Esta noche, yo invito la cena —anuncié, sintiéndome más segura de lo que realmente estaba. Rocío soltó una risa corta y dijo: —¿Qué? ¿Es una tarjeta mágica? Dan se inclinó un poco hacia adelante para verla mejor: —Centurion Card de American Express —Leyó en voz alta—. Eso es más que mágica, Rocío. Esa tarjeta es como un pase directo al Olimpo, son de esas infinitas. ¿De dónde la sacaste? Me encogí de hombros, aunque sabía que mi rostro estaba encendido por el rubor. —Bruno quiere que compre algo... para un evento. Rocío fue la primera en reaccionar, con una sonrisa que era mitad sorpresa y mitad incredulidad. —¿Te puso limite? —No —respondí. Dan rió entre dientes y lanzó: —Bueno, bueno, dinos lo que le haces a ese hombre para que te esté coronando como reina. Primero este cochazo y luego esa tarjeta. Rocío le dio un codazo a lo que él río. No sabía si tomar como un halago las palabras de Dan, no es como que fuera un pago por mis servicios, o algo así, yo le había dejado claro que no estaba cobrándole. —Bueno y ¿a donde nos vas a invitar? —intervino Dan con los ojos brillantes. —No sé —miré a una vecina que iba entrando al edificio —. Me visto y bajo, y de camino decidimos los tres. Que sea un lugar caro de esos que nunca hemos ido. Rocío y Dan asintieron. Me alejé contenta hacia al departamento. Cuando iba entrando mi teléfono se encendió y leí un mensaje extraño, estaba encriptado, leí el pin: de Centurion Card de American Express. Sonreí y guardé el teléfono.






