0.12

Calvin Monteverde

Mientras tanto, los padres de Patricia, sentados en un sofá cercano, observaban la escena con el aire indiferente típico de las personas acostumbradas al lujo.

Mi suegra llevaba un vestido de verano blanco y un sombrero enorme que casi ocultaba sus gafas de sol. Su esposo hojeaba una revista de negocios mientras mantenía una copa de vino blanco en la mano.

El abuelo, hombre que detestaba, era otra historia. Estaba sentado al otro lado de la piscina, acompañado de una mujer joven que claramente no pertenecía a la familia. Su risa resonaba por encima del murmullo del agua. La joven, de cabello rubio platinado y piel pálida, se inclinaba hacia él, susurrándole algo al oído que lo hacía sonreír de manera descarada.

—Ese viejo no pierde el tiempo —murmuré para mí mismo, aunque un poco alto.

—¿Qué has dicho? —preguntó, mi cuñada a dos tumbonas de mi, levantando las gafas sin mirarme está vez.

—Nada. Solo estaba pensando en lo animado que está tu abuelo.

Mi cuñada se incorporó sentándose al borde de la tumbona.

—No empieces, Calvin. Sabes cómo es.

Asentí, pero mi atención ya había vuelto a su hermana, mi cuñada pequeña, con la que habla mi esposa.

La risa de mi hijo, Daniel, que venía de la mano de la criada me hizo incorporarme. Tenía un flotador en medio de la cintura y tiraba de la mano de la chica con rabia

—Que aburrido —fue casi un pensamiento, pero se escapó de mis labios.

Mi esposa volvió a mí lado.

—¿Quieres algo de beber? —preguntó cariñosa.

—No, estoy bien.

Solté un suspiro interno.

De repente, sentí el leve zumbido de mi móvil en el bolsillo del pantalón. Lo saqué con desgano, pensando que sería algún correo o notificación trivial, pero el nombre "Rafa" parpadeaba en la pantalla. Mi hermano. Rara vez me llamaba a estas horas, lo que hizo que mi atención se agudizara al instante.

—Un momento, cariño. —Me alejé, tratando de no llamar demasiado la atención.

Caminé hacia una esquina del recinto, asegurándome de que no había nadie cerca para escuchar. Presioné el botón para contestar y llevé el teléfono al oído.

—¿Rafa?

—¿Puedes hablar?

—Sí.

—Calvin, escucha. Tengo información. Algo que te va a interesar mucho. Es sobre ya sabes —Su tono era bajo y apresurado, lo que automáticamente me puso en alerta.

—¿Es seguro hablar de esto por teléfono? —pregunté, mi voz contenida pero firme.

—No, claro que no. Tenemos que vernos en persona. ¿Puedes estar libre en media hora?

Miré de reojo hacia la piscina, y recorrí con la vista a los presentes.

—Está bien. Nos vemos en el Casino Diamante Verde. —Sabía que ese lugar sería perfecto; era uno de mis mejores establecimientos y lo suficientemente discreto para este tipo de encuentros.

—De acuerdo. No llegues tarde. —Su voz cortó de golpe, y la línea quedó en silencio.

Guardé el teléfono en mi bolsillo y volví a donde estaba Patricia. Ella levantó la vista al verme acercarme, con una expresión ligeramente curiosa.

—¿Quién era? —preguntó, su tono casual pero con un matiz de interés.

—Asuntos de trabajo. —Me incliné hacia ella y le di un beso rápido en los labios—. Tengo que irme.

Patricia frunció el ceño, dejando a un lado el espejo portátil que había estado usando.

—Siempre estás ocupado, Calvin. Parece que nunca tienes tiempo para nosotros.

—Sabes cómo es esto, Patricia. —Intenté mantener mi tono suave pero firme—. Soy un hombre de negocios, y estas cosas no pueden esperar.

Ella resopló, claramente molesta, pero no dijo nada más. Me aparté con cuidado, la besé en los labios y me dirigí hacia la habitación para cambiarme.

No me bañé, solo me vestí con un traje negro impecable, mi mente comenzaba a girar alrededor de la llamada de Rafa. Si había insistido tanto en vernos en persona, debía ser algo importante. Y si había sugerido que la información era valiosa, entonces podía ser algo que afectara no solo a mí, sino también a mis planes.

Ajusté la corbata frente al espejo, asegurándome de que todo estuviera en orden, y me perfumé ligeramente antes de salir de la habitación. Caminé hacia el garaje, donde mi coche ya me esperaba, y conduje directamente al Casino Diamante Verde.

La fachada iluminada del establecimiento brillaba con un resplandor opulento en medio de la tarde, atrayendo a turistas y locales por igual. Pero mi objetivo no era disfrutar de su ambiente, sino encontrar respuestas.

Aparqué en un lugar reservado y entré directamente, dirigiéndome hacia una de las salas privadas.

Cuando entré en la zona privada del casino, Rafa ya estaba ahí, sentado con la pierna cruzada y tamborileando los dedos sobre la pequeña mesa. Había llegado temprano, algo que me dejó en claro que esto debía ser importante. Ni siquiera me molesté en saludarlo; cerré la puerta detrás de mí y fui directo al grano.

—Dime qué es eso que tienes, esa información. —Me senté frente a él, apoyando los codos sobre la mesa mientras lo observaba.

Rafa sonrió de medio lado, con esa expresión que siempre usaba cuando sabía que tenía algo valioso en las manos. Sacó un sobre de papel grueso y me lo lanzó al centro de la mesa.

—Primero, te pongo al día. —Su tono era despreocupado, pero había un deje de satisfacción en su voz—. Logré revocar una orden de inspección de la FIAC, llegó para el Casino D’Or.

Arqueé una ceja, recostándome ligeramente en la silla.

—¿Una orden de inspección? —pregunté, tomando el sobre y sacando los documentos de su interior.

—Sí. No sé cómo demonios el fiscal consiguió los medios para mandar un allanamiento, pero lo hizo. —Se encogió de hombros como si estuviera hablando de algo trivial—. Afortunadamente, conocía a las personas adecuadas y pude anularlo. Así que me debes un favor, Calvin.

Resoplé, hojeando los documentos con rapidez. Ahí estaban: la orden del juez, motivos: portación de armas sin los permiso estipulados, las acusaciones preliminares… y el sello de revocación que confirmaba que todo había quedado en nada.

—¿Esto es lo que me traes? —pregunté con un tono de desdén, dejando caer los papeles sobre la mesa—. Ok está muy bien, pero tampoco te creas la gran cosa.

Rafa bufó, aunque no parecía sorprendido por mi actitud.

—No es lo único que traigo, pero olvídate de la hija de Bruno, a duras penas pude conseguir la foto y… el perfil desapareció, moviendo algunos hilos supe que Delacroix salió del país poco después de aquella foto. No tengo la información pero sospecho que estuvo en Alemania y las habrá movido a otro país porque no hay rastro de ellas, es como si hubieran muerto.

Fruncí el ceño.

—Pero tengo algo que quizás te pueda interesar —Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa mientras su voz adquiría un tono más serio—. Ayer, uno de tus hombres fue al Casino Imperio.

Eso captó mi atención. Me enderecé, fijando la mirada en él.

—¿Y qué? ¿Se apareció ese hijo de puta?

—No. Parece que había un evento privado o algo así, pero… —Hizo una pausa dramática, como disfrutando el momento—. Tengo información muchísimo más valiosa.

—Suelta ya, Rafa. —Mi paciencia comenzaba a agotarse.

—El chico que envié logró infiltrarse en una despedida de soltero que estaban organizando. Allí estuvo conversando con algunas de las chicas. —Rafa se detuvo un instante, como si estuviera evaluando mi reacción—. Una de ellas, borracha, soltó algo curioso. Dijo que odiaba a su jefe porque había sido injusto con ella… todo por culpa de una chiquilla a la que se folla.

Fruncí el ceño, cruzando los brazos.

—¿Y qué demonios me importa a mí una de sus putitas? —respondí con desdén—. No me interesa eso, Rafa. Me interesa algo que le duela. Algo que realmente le pese.

Rafa suspiró, como si ya estuviera preparado para esa respuesta.

—Y ahí es donde viene lo bueno. —Se recargó en el respaldo de la silla, mirándome con esa expresión de superioridad que tanto detestaba—. Resulta que el chico que envié siguió a la chica. Sabe dónde vive.

Lo miré con un interés a medias.

—Bueno, ¿Y cuál es el punto? —indagué.

—Que Delacroix estaba en casa de esa chica.

Me incliné hacia adelante, el interés creciendo en mi interior.

—Vaya, vaya. —Una sonrisa se dibujó en mis labios—. Delacroix no es el tipo de hombre que pierde el tiempo detrás de un culo. Así que quizás algo más tiene que haber.

—Exacto. —Rafa asintió, como si confirmara mis pensamientos—. Y por eso decidí seguirlo un poco más.

Sacó un segundo sobre, más grueso, y lo dejó caer sobre la mesa. Varias fotos se deslizaron, algunas cayendo al suelo. Me incliné para recogerlas, observándolas con detenimiento.

En ellas aparecía Delacroix, caminando por un festival al aire libre. A su lado estaba una joven. Era delgada, de cabello castaño claro casi rubio y ojos azules brillantes. Sus facciones eran delicadas, casi angelicales. Parecía fuera de lugar junto a un hombre como él, pero al mismo tiempo, su proximidad decía mucho.

—¿Quién es ella? —pregunté, sin apartar la vista de las fotos.

Era bonita. Mucho. Algunas fotos estaban mal enfocadas, pero lo suficiente para reconocerle el rostro.

—Se llama Cindy. Como te dije no hay información de ella mas que la que me trajeron. Según trabaja en uno de sus casinos como mesera. —Rafa sonrió con suficiencia—. Parece que está bastante interesado en ella. O al menos eso dijo la chica con la que habló el tipo al que envié.

Pasé las fotos una por una, notando los detalles: cómo él la miraba, esa mirada, cómo caminaban juntos… incluso había una donde estaban sentados bajo un árbol, riendo.

—Muy bien, Rafa. —Le di una palmadita en el hombro, dejando las fotos sobre la mesa—. Sigue así y nos llevaremos bien.

Intenté recoger toda la pila de información pero Rafa me lo impidió.

—Así no funcionan las cosas hermanito —sonrió—. Quiero toda la información que tienes sobre mi pequeño trato con la FIAC. Tú me das y yo te doy.

Le lancé una mirada de odio.

—Cabrón de m****a —espeté.

—Tenemos la misma sangre —sonrió. Y se incorporó llevándose todo—. Llámame cuando tengas mi parte.

Y dejándome como un idiota se largó.

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