Calvin Monteverde
El agua de la piscina climatizada brillaba bajo las luces instaladas estratégicamente en el techo alto de vidrio. Era un espacio cerrado, un oasis privado dentro de la propiedad, con palmeras artificiales y plantas reales en macetas enormes que daban un aire tropical al lugar.
El aroma del cloro se mezclaba con el perfume costoso de mi esposa Patricia, quien estaba sentada a mi lado en una tumbona, con su piel bronceada.
Ella parecía absorta en su tarea de aplicar una especie de mascarilla capilar con movimientos meticulosos. Mientras lo hacía, sus ojos no se apartaban de su reflejo en un pequeño espejo portátil que había traído.
Mi esposa se puso de pie cuando su hermana la llamó.
Yo estaba sentado a su lado, vestido con un pantalón de lino y una camisa blanca arremangada. Había pasado una hora desde que su familia llegó, y aunque me esforzaba por participar en el ambiente familiar, no podía.
Mi cuñada pequeña Mónica, era el centro de las conversaciones