Cindy
Cuando me giré bruscamente, con el corazón todavía latiendo desbocado, lo vi: Bruno. Sin saber por qué, me sentí automáticamente protegida. Su presencia llenó el espacio con esa mezcla de autoridad y calma que siempre lo rodeaba. Estaba vestido de traje oscuro, como si acabara de salir de una reunión importante. Incluso en medio de la penumbra, su figura irradiaba poder y control. —Cálmate, soy yo —repitió con su tono bajo y seguro, soltando mi brazo con cuidado. Quise relajarme, pero mi mirada seguía fija en la puerta, donde había visto a ese hombre vestido de negro. Sin embargo, cuando volví a mirar, la entrada estaba vacía. Me mordí el labio, intentando no parecer una paranoica frente a él. —¿Qué ocurre? —preguntó, acercándose un paso más. Sus ojos tricolor se clavaron en los míos, buscando una respuesta. —Nada, nada. Solo… —tomé aire, buscando rápidamente una excusa—. Creí que estaba sola. Bruno frunció el ceño, claramente dudando de mi explicación, pero no insistió. En cambio, sus ojos recorrieron mi rostro, como si quisiera asegurarse de que realmente estaba bien. —Quería verte —dijo finalmente, su tono bajo y directo, casi como una confesión arrancada a regañadientes. Mi respiración se detuvo un momento. Había algo en su voz, algo en la manera en que sus palabras parecían atravesar todas mis defensas, que me dejó sin palabras. Antes de que pudiera responder, él dio otro paso hacia mí, acortando la distancia hasta que apenas había espacio entre nosotros. Sus manos encontraron mi cintura, firmes pero cuidadosas, y entonces, me besó. Fue un beso lento al principio, como si quisiera explorar cada rincón de mi resistencia, pero pronto se volvió más profundo, más demandante. Sentí cómo el mundo desaparecía, quedando solo él, el calor de su boca y la firmeza de sus manos que me mantenían en su lugar. Cuando finalmente se apartó, mi cabeza estaba dando vueltas. Me miró con esa intensidad que siempre me hacía sentir desnuda frente a él. —¿Estás bien? —preguntó nuevamente, esta vez con un tono más suave. Asentí rápidamente, sin atreverme a mirar directamente sus ojos. Hubo un silencio de miradas intensas. Lo extrañé. Los dos nos analizábamos solo escuchando nuestras respiraciones. —¿Quieres subir? —pregunté, más por cortesía que por verdadera intención. La idea de llevarlo a mi departamento me llenaba de vergüenza. No porque no estuviera orgullosa de lo que tenía, pero mi pequeña vivienda no podía competir con el mundo lujoso al que él pertenecía. Para mi sorpresa, y horror, asintió. —Claro. Le di una sonrisa forzada mientras empezábamos a subir las escaleras hacia el tercer piso. Cada escalón me parecía más pesado que el anterior. Intentaba distraerme con cualquier cosa, pero mi mente seguía preocupada por el estado de mi casa. Rocío no había fregado los platos, y yo misma había dejado un desastre antes de irme a trabajar. Cuando llegamos al departamento, abrí la puerta con una mezcla de resignación y nerviosismo. —Adelante —dije, tratando de sonar casual. Bruno entró, observando el lugar con la mirada tranquila y calculadora que siempre tenía. Intenté interceptar su vista, posicionándome estratégicamente para cubrir los calcetines tirados cerca del sofá. —Es humilde, pero… cómodo —comenté, sintiendo que mi cara se encendía de vergüenza al ver los platos sucios apilados en la pequeña cocina. Maldije a Rocío al ver que había dejado una pila de ropa limpia sin doblar en una silla. Bruno no dijo nada. Se limitó a mirar alrededor con interés, como si cada detalle le contara una historia. Su mirada pasó por los platos, la ropa, los calcetines y finalmente se posó en mí. —¿Quieres sentarte? —ofrecí, señalando el sofá. Para que deje de evaluar tanto. Él asintió y se acomodó en el pequeño sofá con esa elegancia que parecía natural en él, a pesar del tamaño reducido del espacio. Mientras tanto, yo intentaba disimuladamente recoger los calcetines, deslizándolos con el pie hacia un rincón menos visible. Pero en el proceso, tropecé con la mesita de centro, haciendo que un vaso vacío rodara y cayera al suelo con un ruido estruendoso. —Todo bajo control —dije rápidamente, levantando el vaso mientras Bruno soltaba una leve risa. Sonreí dejando el vaso en su lugar mientras intentaba mantener la compostura.