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CAPÍTULO 3: REGRESAR NO SIEMPRE ES VOLVER

El auto avanzaba por las colinas de Sicilia, y aunque el sol brillaba sobre los viñedos, Alessa solo veía neblina en su mente. Sostenía a Gabriela contra su pecho con una manta suave, como si pudiera protegerla de todos los males… incluso de los que aún no entendía.

Aún sentía el aroma. “Shumukh.”

Y esa certeza imposible de explicar, alguien la había devuelto. Alguien que la conocía mejor que ella misma.

Isabella, sentada a su lado, la observaba en silencio.

— ¿Vas a decirlo en voz alta? —preguntó al fin, con suavidad.

Alessa negó apenas, con la mirada perdida.

—No. Porque si lo digo… lo vuelvo real.

Isabella asintió. Y el resto del viaje continuó en un silencio espeso, más denso que el aire húmedo que las rodeaba.

La gran reja de la Villa Lombardi se abrió. Banderas de la familia ondeaban al viento. La casa estaba adornada con flores blancas y cintas rosadas.

Antonio esperaba de pie en la entrada, impecable, pero con los ojos ligeramente rojos.

A su lado estaban Charly y Chiara, y un grupo de niños formados como un ejército diminuto.

Fiorella, con un vestido de tul rosa, y Alessandro, con una camisa de manga larga azul, un blazer negro a juego con el pantalón y los zapatos, sostenían un cartel que decía:

“Bienvenida, Gabriela”.

A su lado, Matteo, con una flor en la mano, se mordía el labio de la emoción. Detrás de ellos, Marcos Jr. sostenía un ramo de rosas para su tía.

Cuando Alessa bajó del auto, un coro de gritos estalló:

— ¡Tía Alessa! —gritaron los mellizos.

— ¡Mira, yo hice el dibujo! —dijo Matteo, corriendo con un papel en la mano.

Alessa sonrió por primera vez en horas. Se arrodilló, recibiendo el abrazo de los niños sin soltar a Gabriela.

—Gracias, mis amores. Ella va a amarlos tanto como yo.

Antonio se acercó y, sin palabras, la besó en la frente.

—Bienvenida a casa, figlia mia (hija mía).

La mesa del desayuno en la terraza estaba servida con esmero: frutas, pan fresco, café caliente, dulces sicilianos. Las risas infantiles llenaban el aire.

Pero Alessa no comía. Solo observaba a Gabriela mientras dormía en una cuna improvisada junto a la mesa.

Los niños corrían alrededor. Alessandro jugaba a ser guardia personal. Fiorella le colocaba flores en la cabeza a Matteo, quien parecía indiferente… hasta que la empujó y Marco lo regañó.

— ¡No empujes a las niñas!

— ¡Ella me puso flores! —se quejó Matteo.

Charly y Chiara intervinieron entre risas.

Antonio tomó la mano de Alessa un momento.

—Sé lo que estás pensando.

— ¿Lo sabes? —susurró ella, sin mirarlo.

—Sí. Porque yo también lo sentí. Algo… algo no está bien.

Alessa miró hacia el campo abierto, más allá del jardín. Una brisa levantó los cabellos de su frente. El perfume dulce de los almendros flotaba en el aire. Pero no logró calmarla.

— ¿Crees en fantasmas, Antonio?

Él no respondió. Solo apretó su mano. Fuerte.

Esa tarde, Alessa salió sola al jardín trasero, con Gabriela dormida en brazos. Caminó descalza sobre la hierba húmeda.

Detrás del seto que bordeaba el muro perimetral, un hombre observaba.

No respiraba.

No se movía.

Solo miraba a través del follaje.

Su perfil quedó expuesto por un segundo, lo suficiente para que la cámara de vigilancia lo captara. Pero el rostro… no fue reconocido por el sistema.

En el monitor de seguridad, minutos más tarde, Thiago miró la imagen.

Y en lugar de alertar a alguien, cerró la laptop lentamente y se quedó en silencio.

Mientras los niños jugaban en el jardín, Alessa se acomodó en uno de los sillones exteriores, con Gabriela dormida en brazos. El vaivén de las hojas en los árboles parecía querer traer calma… pero su mente no descansaba.

Chiara se sentó a su lado, sosteniendo una taza de té de hibisco. Charly estaba de pie, no muy lejos, vigilando a los mellizos.

— ¿Cómo está el hijo de Leonardo? —preguntó Alessa en voz baja—. ¿Y Madeleine?

Chiara cruzó una mirada breve con Charly antes de responder.

Él fue quien lo hizo.

—Leo está bien. Madeleine… ha respondido bien a las terapias. Lentamente, pero hay días difíciles… pero aun así, es una victoria. El pequeño siempre está con Don Marcos y Francesco. Lo cuidan como si fuera un pedazo más de su alma.

—Me alegra saberlo… —susurró Alessa—. Después de tanto… se merecen un poco de paz.

Isabella se unió a la conversación, trayendo una bandeja con más tazas y frutas frescas. Se acomodó a los pies del sillón, como solía hacer en los viejos tiempos.

Alessa la miró con cariño, y entonces preguntó en voz baja:

— ¿Y Francesco?

Isabella bajó la mirada. La sonrisa que tenía se apagó un poco.

—Se quedó al frente de los negocios en Calabria. Alguien debía mantener el equilibrio mientras estamos aquí…

Hizo una pausa.

—Y… Sicilia le trae demasiados recuerdos.

— ¿Por mí? —preguntó Alessa, con un nudo en la garganta.

Isabella la miró con ternura.

—No. Por Leonardo. Por todo. Francesco no sabe olvidar… solo entierra.

Alessa asintió. Cerró los ojos un instante, escuchando las risas de los niños, el canto de los pájaros y el leve latido de Gabriela contra su pecho.

Por un momento, el mundo parecía en calma.

Pero ni ella, ni Isabella, ni Chiara sabían que esa calma tenía fecha de vencimiento.

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