La noche era tranquila en la mansión Rossi, hasta que un grito desgarrador rompió el silencio. De repente, la puerta de la habitación principal se abrió de golpe y Fiorella irrumpió, corriendo hacia la cama de sus padres con el rostro pálido y bañado en lágrimas.
— ¡Mami! ¡Algo le pasó al tío Salvatore! —gritó, enterrándose en los brazos de Isabella—. ¡Estaba hablando con él por teléfono y algo explotó! ¡Se escuchó muy fuerte y luego no se escuchó nada más!
Isabella, alarmada, la abrazó con fuerza, acariciando su cabello.
—Shhh, mi amor, cálmate. Todo está bien. Estoy segura de que el tío Salvatore está bien.
Francesco, que estaba al otro lado de la cama, se levantó y se inclinó hacia ellas. Sostuvo a Fiorella con suavidad.
—No llores, mi niña hermosa —dijo con una voz calmada que intentaba ocultar su propia preocupación—. Seguramente eran fuegos artificiales. Salvatore es muy descabellado. Tranquilízate.
Pero Fiorella seguía temblando, insistiendo entre sollozos:
— ¡No, papi! ¡Fue un