La puerta se cerró con un clic suave, sellando el silencio de la habitación. Isabelle se giró con una sonrisa traviesa, el tipo de sonrisa que guardaba para momentos donde no existían reglas ni excusas. Caminó despacio hacia James, sus pasos casi un juego, y comenzó a desabotonar la camisa de lino que él llevaba puesta.
—No quiero dormir esta noche —susurró, mientras sus dedos deslizaban uno a uno los botones.
Cuando la tela se abrió, la quitó con delicadeza y la dejó caer al suelo. Sus manos recorrieron el torso de James, subiendo hasta sus hombros, hasta rodear finalmente su cuello. Él cerró los ojos un instante, disfrutando del contacto, y luego la besó. Al principio fue un roce lento, contenido… pero pronto se volvió un beso hambriento, como si los cuatro años de ausencia se comprimieran en ese instante.
James la atrajo contra sí, sus manos recorriendo la curva de su espalda, mientras Isabelle respondía con la misma intensidad. Poco a poco fueron quitándose la ropa, entre be