Mientras la fiesta en casa de Oliver vibraba con música, risas y copas alzadas, en un restaurante discreto del centro, Jonathan Hartley se reunía con el hombre que había enviado semanas atrás a trabajar como jardinero en la mansión Moore.
La mesa estaba apartada, iluminada por una lámpara tenue. Jonathan no comía. Solo escuchaba.
—Los mellizos Moore y su hija —comenzó el hombre, con voz baja— están moviendo piezas para quitarle poder. Quieren darle libertad financiera a Isabelle. Que ya no dependa de usted.
Jonathan entrecerró los ojos, sin interrumpir.
—Y cuando eso ocurra —continuó el hombre—, ella podrá divorciarse de Noah sin obstáculos. Y entonces, la mitad de Hartley Enterprises, la que le pertenece a Noah, se pondrá de su lado. Por órdenes de él, esa mitad obedecerá a Isabelle.
Jonathan se apoyó en la mesa, los dedos entrelazados.
—¿Cuánto tiempo llevan planeando esto?
El hombre dudó un segundo.
—No lo sé con certeza. Pero lo que sí sé es que en mes y medio anun