La música seguía vibrando en el aire, mezclándose con las risas y el murmullo de conversaciones dispersas. Las luces colgantes lanzaban reflejos dorados sobre las copas, y el jardín parecía suspendido en una burbuja cálida, ajena al resto del mundo.
James se acercó a Isabelle con dos copas en la mano, el gesto despreocupado pero la mirada fija en ella.
—Oliver me enseñó a preparar su cóctel estrella —dijo, ofreciéndole una copa—. Lo llamó “Verdades a medias”. Pero este lo hice para ti.
Isabelle lo tomó con cautela, como si el líquido pudiera revelar más de lo que él decía.
—¿Y qué lleva?
—Tequila, algo de misterio… y una pizca de lo que no me atrevo a decirte.
Ella lo observó por un segundo, luego bebió un sorbo. El sabor era fuerte, inesperado.
—Sabe a peligro.
James sonrió, satisfecho.
—Entonces está bien hecho.
Antes de que el silencio se volviera incómodo, Oliver se levantó desde el borde de la piscina y alzó la voz:
—¡Juego de preguntas! Cada quien responde