Camille e Isabelle cruzaron el jardín, guiadas por el sonido de risas y música que venía desde la piscina. El sol se reflejaba en el agua turquesa, y allí estaban Oliver y James, ya metidos en el papel de anfitriones: mojados, relajados, y claramente disfrutando.
James, con una camisa desabotonada y una copa en mano, hacía reír a un pequeño grupo de invitados. Oliver flotaba cerca del borde, pero al ver a las chicas acercarse, salió del agua con una sonrisa amplia.
—¡Pero miren quiénes llegaron! —exclamó, sacudiéndose el cabello mojado—. Justo a tiempo para animar esto aún más.
—Hola, Oliver —respondió Camille, divertida.
—Feliz cumpleaños —añadió Isabelle, con una sonrisa suave.
Mientras Oliver tomaba una toalla, Isabelle se quedó observando a James. Había algo distinto en él: su postura, su risa, la forma en que se movía entre los invitados. Más suelto. Más... encantador.
—¿Desde cuándo James sabe ser el alma de una fiesta? —preguntó Isabelle, en voz baja, mirando a Oliv