La habitación de Lucie estaba envuelta en una luz cálida, con cortinas suaves y almohadas dispersas como si esperaran confidencias. Camille se había acomodado en el sillón junto a la ventana, Lucie en el diván, e Isabelle se sentó en la cama, con las piernas cruzadas y una copa de vino entre las manos.
Camille la observó un momento, luego preguntó con tono suave:
—¿Estás bien?
Isabelle bebió un sorbo antes de responder, con una sonrisa tranquila.
—Sí. ¿Por qué no habría de estarlo?
Lucie se inclinó hacia ella, divertida.
—Porque te vimos en la cena. No podías dejar de reír con Noah. Parecías… feliz.
Camille se unió con una sonrisa más pícara.
—Y a James lo mirabas como si lo estuvieras desnudando con la mirada.
Isabelle soltó una carcajada, bajando la copa.
—Tal vez sí lo hacía.
Lucie levantó las cejas, riendo.
—No te culpo. Yo también lo haría.
Camille se acomodó mejor en el sillón, cruzando las piernas.
—¿Y qué sientes en verdad por los mellizos Moore?