Isabelle empujó la puerta de la habitación con fuerza. Lo que vio le heló el pecho. Celeste dormía plácidamente en el sofá junto a la ventana, envuelta en una manta color marfil, como si el cuarto que Isabelle había empezado a compartir con Noah fuera suyo por derecho.
—¿Esto es una broma? —preguntó Isabelle, el tono afilado como un cristal quebrado.
Noah iba subiendo las escaleras, suspiró, y se detuvo a la mitad cuando Isabelle habló.
—No estaba previsto. No tenía dónde quedarse esta noche.
Isabelle avanzó dos pasos hacia él, cruzando los brazos, conteniendo el temblor de su voz.
—¿En serio? ¿Dónde está el hombre que me prometió que este cuarto sería solo nuestro? ¿Dónde está el hombre que me enamoró?
Noah la miró, dolido. Pero su respuesta fue devastadoramente serena.
—Ese hombre ya no está, Isabelle. Te amo, eso no ha cambiado. Pero no puedo seguir fingiendo que esta vida puede construirse solo alrededor de ti.
Ella se quedó en silencio por un segundo. Lo suficient