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El aroma a café recién hecho y pan tostado llenaba el aire, pero la atmósfera estaba lejos de ser tranquila.

Todos estaban ya sentados: Noah, Miranda, Sophie, James, Isabelle y Camille.

Miranda, con esa sonrisa que solo usaba cuando quería clavar una aguja, dejó la taza sobre el plato con un golpecito suave.

—Espero que hayan dormido bien… aunque, por lo que se escuchaba anoche, algunos tuvieron una noche *muy* activa.

El silencio cayó como un golpe seco.

James, que bebía un sorbo de jugo, se atragantó y tuvo que toser.

Sophie, en cambio, sonrió con un brillo triunfante en los ojos.

Camille miró a Isabelle, que mantenía la vista fija en su plato, los dedos apretando el cuchillo.

Noah, como si quisiera salvar el momento, cambió de tema:

—¿No piensas ir a la oficina hoy, James?

James se recostó en la silla, su tono seco.

—Después de la paliza que me dieron, no me sobran ganas de lidiar con contratos.

Noah se encogió de hombros, indiferente.

—Tú sabrás.

Sophie
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