El invernadero quedó atrás, pero las palabras de James seguían retumbando en la cabeza de Isabelle mientras lo seguía por el pasillo principal.
La lluvia golpeaba los ventanales y el eco de sus pasos parecía más rápido que los de ella, como si quisiera poner la mayor distancia posible.
—James, espera —su voz apenas superó el murmullo de la tormenta.
Él no se detuvo.
—No tengo nada que decir.
—Pero yo sí.
James se giró solo lo suficiente para mirarla. Su mirada fría la detuvo en seco.
—No, Isabelle. Ya no.
Ella sintió que el aire le faltaba.
—No puedes hablarme así sin dejarme explicarme.
—Lo que vi hoy fue suficiente —contestó con una calma que dolía más que un grito.
Isabelle quiso acercarse, pero él volvió a girarse, alejándose sin mirar atrás.
Durante el resto de la noche, lo intentó dos veces más. Primero, cuando lo vio en la biblioteca revisando unos documentos; él cerró el portafolio y salió sin pronunciar palabra. Después, al tocar su puerta antes de irs