Isabelle estaba sentada en un sofá junto a una de las chimeneas laterales, el rostro inclinado, jugando con el borde de un pañuelo entre las manos. El fuego proyectaba sombras suaves sobre sus mejillas húmedas.
Camille entró en silencio, llevando dos tazas de té. Le dejó una sobre la mesa y se sentó frente a ella.
—No he visto a Noah ni a James desde que saliste del comedor —dijo, con tono cuidadoso.
Isabelle suspiró.
—Es que… cada vez que intento hacer las cosas bien, algo estalla. Y siempre terminan enfrentándose… por mí.
—No es solo por ti —respondió Camille—. Ellos ya tenían esta guerra mucho antes. Tú eres… el campo de batalla que ambos no quieren perder.
Isabelle levantó la vista, sus ojos brillando por las lágrimas.
—Y yo estoy en medio, sin saber qué hacer.
Camille se inclinó hacia ella, apoyando una mano sobre la suya.
—Sabes perfectamente qué harías… si solo se tratara de ti y James.
Isabelle bajó la mirada, sin negar nada.
—Pero no es tan fácil. Las ge