La lluvia caía con fuerza, amortiguando todos los sonidos… menos uno.
Un leve crujido de ramas a la derecha hizo que James apartara los labios de Isabelle y girara la cabeza, atento.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, intentando seguir su mirada.
Entre la cortina de agua, apenas visible, una figura femenina se mantenía inmóvil, observándolos desde más allá de la reja lateral del jardín. El rostro no se distinguía por completo, pero James reconoció el porte, la forma en que sostenía la cabeza… y ese brillo helado en la mirada.
Su respiración se volvió pesada.
—Entra a la mansión —ordenó, con voz baja pero firme.
—¿Quién es? —Isabelle dio un paso atrás, sintiendo un frío distinto al de la lluvia.
—Ahora, Isabelle.
Cuando volvió la vista, la silueta ya se había desvanecido entre los árboles.
James la tomó del brazo y la llevó hacia adentro, sin soltarla. La mandíbula le temblaba, pero no por el frío.
El amanecer fue gris, y la lluvia de la noche anterior había dejado un olor