Zeynep empujó con suavidad la puerta de su habitación y esperó a que Emma entrara primero. El silencio se apoderó del espacio apenas quedaron solas. Ambas se miraron, sosteniéndose la mirada con un torbellino de emociones contenidas: dolor, nostalgia y un amor que los años no habían podido marchitar. Los ojos de Zeynep aún estaban húmedos, brillando como si cada latido trajera con él un recuerdo distinto.
—Cuánto tiempo sin vernos, ¿no, Emma? —susurró Zeynep con la voz temblorosa.
Emma bajó la mirada, respiró hondo y, cuando volvió a levantarla, sus ojos también estaban cristalizados.
—Así es, hermana… yo diría que pasó demasiado tiempo sin vernos —respondió, con la voz quebrándose entre palabra y palabra.
Zeynep no lo soportó más. Dio dos pasos y la abrazó, rodeándola con fuerza, como si quisiera recuperar en un segundo todas las horas, meses y noches que pasaron sin tenerse. Emma la sostuvo con ternura, acariciándole la espalda como cuando eran pequeñas.
—No sabes cuánto te extrañé