Azra caminaba de un lado a otro en su apartamento, con pasos rápidos y nerviosos. Sus manos temblaban ligeramente mientras se las frotaba entre sí. Respiraba con dificultad, como si estuviera atrapada dentro de sus propios pensamientos.
La puerta se abrió y Abram entró. Al cerrarla, se quedó observándola en silencio unos segundos antes de hablar.
—¿Otra vez nerviosa? —preguntó con tono cansado.
Azra lo miró con molestia.
—No estoy para tus reclamos, Abram.
—Está bien… —respondió él, sentándose a su lado en el pequeño sofá. La miró de reojo—. Pero no puedes seguir así todos los días.
Azra soltó un suspiro profundo y, después de unos segundos, se sentó también.
—Tengo que viajar —dijo finalmente.
Abram la miró sin entender.
—¿Y eso por qué? ¿A dónde vas?
—Voy a ver a mi abuelo —respondió con voz tensa—. Al parecer está muy mal de salud. Me llamaron para pedirme que fuera a verlo. Así que pienso ir… pero antes de viajar, voy a hablar con un buen abogado.
Abram frunció el ceño.
—¿Sigues c