La luz de la mañana se filtraba suavemente por las cortinas del apartamento. En la cocina, el sonido de los utensilios se mezclaba con el llanto del bebé que reclamaba su biberón. Zeynep, con el cabello suelto y ojeras marcadas por las noches de desvelo, movía con prisa el biberón entre sus manos para entibiar la leche.
—Ya, mi amor… ya casi está, tranquilo —susurró con voz suave, mientras lo mecía entre sus brazos.
El llanto del niño llenaba el ambiente, un eco tierno pero insistente que cortaba el silencio de la casa. Zeynep giró el rostro cuando escuchó pasos detrás de ella. Era Kerim, quien salía de su habitación con expresión seria. Llevaba el cabello ligeramente despeinado y una camisa blanca que no se había molestado en abotonar del todo.
Sus miradas se cruzaron por un instante. Ella, con el niño en brazos; él, con el ceño fruncido, sin una palabra de saludo.
Kerim se acercó al refrigerador, lo abrió sin decir nada y sacó una jarra de jugo. Sirvió un vaso y bebió en silencio. L