El sonido de la puerta al cerrarse aún resonaba en el apartamento. Zeynep permaneció unos segundos inmóvil, mirando hacia el pasillo por donde Kerim había salido. Sintió un nudo en el pecho, una mezcla de rabia, tristeza y resignación. Luego respiró profundo y se levantó del sofá.
El bebé comenzó a moverse entre sus brazos, y ella volvió a sonreír con ternura.
—Tranquilo, mi amor… ya todo está bien —susurró, aunque sabía que no era cierto.
Entró en la habitación, lo acostó con cuidado en la cuna y lo arropó con una manta celeste. El pequeño suspiró, y Zeynep se quedó un instante contemplándolo. Le acarició la mejilla, intentando borrar de su mente las duras palabras que Kerim le había dicho minutos antes.
El timbre sonó de repente, rompiendo el silencio. Zeynep frunció el ceño, confundida. No esperaba a nadie. Caminó hasta la puerta y, al abrir, se sorprendió.
—¡Buenos días, querida! —exclamó Selim, su suegra, con una cálida sonrisa. A su lado, Emir, el hermano menor de Kerim, le sonr