Cuando la mesera se retiró, Abram se inclinó sobre la mesa, bajando la voz.
—Mírame, Zeynep. Respira.
—No puedo respirar, Abram. Esto es muy delicado. Yo podría ir presa también, ¿te das cuenta? Tú podrías ir preso por ayudarme con los papeles falsos. Por esta locura del bebé. Si nos investigan... se acabó todo.
—Tenemos pruebas, Zeynep —dijo Abram con calma, intentando ser el ancla en su tormenta—. Ella no quiso al bebé. Tú estabas ahí. Yo estaba ahí. Ella iba a botarlo, tal como se lo dijo a Kerim en aquel mensaje. Iba a abortar si no recibía dinero. Tú solo lo salvaste.
—¡Lo sé! —exclamó Zeynep en un susurro agresivo—. ¡Yo lo salvé! ¡Yo le di una vida! Y ahora esa estúpida cree que puede venir a jugar conmigo. Cree que porque consiguió un abogado caro puede borrar el pasado. Si cree que le voy a dejar el camino libre, está muy equivocada. Ya lo verás, Abram. Voy a pelear con uñas y dientes.
Abram la observó. Había fuego en sus ojos, una pasión feroz que rara vez veía en la Zeynep s